Populismo: entre Trump y Putin

Antonio Papell

Antonio Papell

En los años 70, cuando este país tomaba posiciones para la gran aventura que habría de recorrer hasta consolidar las libertades y adherirse a Europa, los líderes intelectuales de la Transición explicaban con cierto afán pedagógico que la democracia es aburrida, que la normalidad de un régimen de libertades no tiene un punto de épica. El proceso político se limita a mantener una dialéctica creativa y pacífica entre las propuestas antagónicas de los distintos partidos y a ir avanzando conforme los dictados de la mayoría, con respeto a las minorías. Todo según un estado de derecho preestablecido marcado por una carta magna que representa la unanimidad en el origen de que hablaba Rousseau en su contrato social.

No nos costó demasiado aclimatarnos a aquellas (para nosotros) nuevas realidades que eran las que imperaban en la admirada Europa de más al norte, un tanto acomplejados todavía por aquel cruel dictamen de Alejandro Dumas, hijo, que fue quien afirmó atinadamente que en el siglo XIX África empezaba en los Pirineos. Pero en este nuevo milenio, cuando ya nos habíamos integrado en el anhelado Occidente y parecía haber acabado la política de bloques para dar paso a un futuro de prosperidad basado en la naciente globalización, hemos tenido que enfrentarnos inesperadamente a otra realidad muy inquietante e incómoda: la del populismo, que niega las viejas convenciones, las antiguas pautas, las teorías tranquilizadoras de Montesquieu, los códigos de derechos humanos, el criterio de la estricta igualdad de todos ante la ley…

Al frente de este populismo ha surgido durante la década anterior la figura delirante y tóxica de Trump, un personaje que desdeña el sistema secular que ha heredado y que ha pretendido imponer una nueva ley arbitraria, supuestamente mucho más simple y más justa que la vigente, para lo cual ha de aplicar una heterodoxia arbitraria y asilvestrada que le distingue del común de los mortales, que se limitan a obedecer hipócritamente las normas establecidas. La filósofa eslovena Alenka Zupancicč acaba de publicar el libro Let Them Rot [‘Deja que se pudran’], en que pone de manifiesto que tenemos cada vez más líderes que se enorgullecen de sus crímenes como si representaran algún tipo de valor primigenio, mágico o atávico; es decir, que alardean de tener el coraje o las agallas de cometer abiertamente unas transgresiones que los demás no se atreven a abordar.

Trump ha decidido imponer su arrogancia hasta el extremo de cuestionar las elecciones y, no contento con ello, de desencadenar un intento de golpe de estado tercermundista que condujo a una vergonzante toma del Congreso, en un bochornoso episodio con muertos y heridos. En las pasadas semanas, Trump, acosado no solo por su golpismo político sino por sus fraudes a Hacienda, está exigiendo “que se termine” la Constitución de los Estadios Unidos, que al parecer en su forma actual no sirve para canalizar su mesianismo iluminado.

En el otro lado de la escala populista, Putin no ha tenido empacho en violar la legalidad internacional y lo ha hecho negando la evidencia: se ha pasado varios meses diciendo que no había guerra en Ucrania, hasta que finalmente ha adoptado la versión de defender su macabro heroísmo al atreverse a traspasar determinadas fronteras que la gente común tampoco hubiera osado franquear. Pero la soberbia del visionario llega tan lejos que, para tratar de evitar la sanción de la historia, ha decidido cambiar esta: el pasado 14 de diciembre, la Duma adoptó un proyecto de ley que establece que las atrocidades cometidas en Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón antes de la anexión de esas regiones ucranianas “no se considerarán un delito punible por la ley” porque han sido “en interés de la Federación Rusa”.

Nuestro populismo doméstico tiene poco que ver con estos excesos sobrecogedores, pero es aprendiz de ellos y conviene estar atentos a la evolución de los acontecimientos. Es altamente inquietante que el líder de la oposición conservadora actual afirme que se niega a cumplir las previsiones constitucionales para proteger las instituciones de la maligna avidez del gobierno ilegítimo que ha salido de las urnas. Las comparaciones son odiosas, pero conviene permanecer vigilantes para que la deriva global del populismo nos alcance lo menos posible.

@Apapell

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