Las cuentas de la vida

El papa Benedicto

Alejado del populismo, Benedicto XVI predicaba para una época poscristiana

Daniel Capó

Daniel Capó

A mediados de los años ochenta, un grupo de jóvenes profesores vinculados a la revista “Communio” protestaron amargamente por los silencios del cardenal Ratzinger ante las caricaturas interesadas que la prensa hacía de él, tildándolo de “panzerkardinal” o acusándolo de haberse convertido en el “rottweiler de Dios”. El ya venerable teólogo Hans Urs von Balthasar, que estaba con ellos, les corrigió: “No entendéis nada. Él calla para proteger al papa”. La vida de Joseph Ratzinger, un formidable intelectual, estuvo marcada de algún modo por este silencio que se deriva de la obediencia. Leonardo Boff, sacerdote franciscano y adalid de la teología de la liberación, a quien tanto había ayudado Ratzinger en su juventud –incluso económicamente– y a quien después condenó como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo explicó maravillosamente en un artículo que fue publicado hace unos años y donde hablaba de los dos papas. Allí contaba Boff los pormenores del juicio que tuvo lugar en Roma, la evidente incomodidad que sentía el cardenal alemán y el resultado de la votación. “Después de un año –comentaba–, recibí la resolución del proceso doctrinal con la deposición de la cátedra de Teología, de mis tareas en la Editorial Vozes y la imposición de un “silencio obsequioso” que me impedía hablar, enseñar, entrevistar y publicar cualquier cosa. La decisión final después del interrogatorio fue tomada por 13 cardenales (13 para romper el empate). Más tarde me enteré por un emisario de su secretario privado que él, el Card. Ratzinger, votó a mi favor pero fue el voto perdedor”. Quien quiera leer la totalidad del texto de Boff –vale la pena– puede hacerlo desde aquí; ahí descubrirá cómo, más allá de las diferencias intelectuales –que eran y son muchas–, el respeto y la amistad entre ambos se mantuvieron hasta el final. “La amistad –escribe Boff– es más fuerte que cualquier doctrina siempre humana”.

“Estaba convencido de que el futuro de la Iglesia se encontraba en los márgenes”

Joseph Ratzinger no quiso condenar a Boff, pero guardó el silencio que es propio de las instituciones que funcionan y de la lealtad que se les debe. Que no era un hombre de noes –aunque sí de convicciones fuertes– se puso de manifiesto cuando, una vez elegido papa, optó por lanzar al mundo un mensaje catequético matizadamente esperanzado, que el prestigioso vaticanista norteamericano John L. Allen calificó de “ortodoxia positiva”. Benedicto, ya desde finales de los años sesenta, estaba convencido de que el futuro de la Iglesia en una sociedad nítidamente poscristiana como la nuestra se encontraba en los márgenes, convertida en contracultura y por tanto en alternativa. Si el mundo reivindicaba la centralidad del yo, el cristianismo insistiría en el descubrimiento crucial del tú. Si el mundo caía en el relativismo, el cristianismo debería defender la solidez de las verdades objetivas. Si la modernidad se ha construido sobre la idea de vivir y pensar “como si Dios no existiera”, la Iglesia deberá proponer una modernidad distinta que, sin negar la Ilustración, se atreva a vivir “como si Dios existiera”. Sus tres grandes encíclicas, sus homilías papales, sus discursos públicos deben leerse en esta clave afirmativa: el catolicismo no es un conjunto de prohibiciones, sino un corpus de afirmaciones ancladas en una experiencia profunda de la condición humana. Gracias a sus libros, y a la potencia de su pensamiento, la influencia de Benedicto XVI se extenderá en el tiempo seguramente más que la de su predecesor y que la de su inmediato sucesor.

@danicapoblog

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