Crónicas galantes

Un futbolista contra Dios

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Un chaval de 26 años, Amir Nasr-Azadani, afronta pena de muerte en Irán por odiar a Dios, que es la curiosa forma en que los clérigos al mando de ese país interpretan la protesta contra el sometimiento de las mujeres.

Amir, futbolista profesional, participó efectivamente en las manifestaciones que se suceden en la antigua Persia tras la muerte de una chica a la que la Policía de la Moral detuvo e interrogó –con letales consecuencias– por llevar mal puesto el velo. Abogaba Amir, como tantos otros de sus compatriotas, por los derechos de las mujeres en un lugar especialmente peligroso para ese tipo de rebeldías.

Quizá alarmadas por la mala imagen que todo esto da de su régimen, las autoridades de Irán alegan tardíamente que el futbolista está acusado en realidad de formar parte de un grupo armado que asesinó a tres policías.

El caso es que el delito por el que está siendo juzgado es lo que allá llaman moharebeh. Se le acusa de estar enemistado con Dios, gravísima transgresión de la Ley Islámica que el propio Ser Supremo debería castigar, si hemos de seguir la lógica de los mandamases iraníes.

Los ayatolas, que son muy serviciales, se han adelantado al Altísimo con la condena a muerte que pende sobre el futbolista. Doctores tiene el islam que acaso debieran analizar si esta suplantación de las funciones de Dios no constituye en sí misma una blasfemia; pero no hay noticia de que vayan a hacerlo.

Cientos de personas han sido ejecutadas en Irán por la perpetración de este terrible delito contra la divinidad. Dos de estos acusados de odiar a Dios fueron ejecutados hace un par de semanas, sin ir más lejos, tras caer sobre ellos una sentencia de muerte por el delito de moharebeh.

Podría esperarse alguna protesta o mera actitud solidaria durante el desarrollo del Mundial de Fútbol de Qatar, que también es país islámico. Pero qué va. Bien al contrario, el astro del equipo ganador permitió que le pusieran sobre los hombros una túnica de emir con la que festejó su triunfo, y tal vez sin advertirlo, el del país organizador del torneo.

Sí que protestaron, arriesgando sus carreras y quizá algo más, los jugadores de la selección iraní al negarse a cantar el himno de su país en protesta por el (mal) trato que los ayatolas propinan a las mujeres persas.

También hizo pública su irritación, para ser justos, el sindicato mundial de futbolistas profesionales FIFPRO, conmocionados y asqueados por lo que sucede.

Otras voces rompieron a título personal el estruendoso silencio de los futboleros sobre este asunto. Entre ellas, la del entrenador portugués del Celta, Carlos Carvalhal, “¡Despierta, mundo del fútbol!”, clamó el técnico. “Alguien de nuestra tribu va a morir, solo por pensar de diferente manera”. Una actitud que invita a simpatizar con el club de Vigo, siquiera sea porque tiene como ‘coach’ a un tipo tan razonable.

Estas y otras que podrían citarse son excepciones a la general complacencia con un Mundial de invierno conseguido por Catar a golpe de billetera y de sobornos que han manchado incluso al Parlamento Europeo. Eso sí que ha sido un contradiós y no el que los ayatolas le han colgado al pobre Amir. Ojalá –“quiera Alá”, según la etimología de esta palabra– que el miedo al descrédito haga recapacitar a los tétricos clérigos de Irán.

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