La chiquilla del Vitrasa

Xoel Ben Ramos

Xoel Ben Ramos

En ocasiones parece que todo está perdido. Como si a cada generación se nos quedara un poso de fortuna por el tiempo pretérito. Esta semana, en la conversación de un grupo de chavales en el Vitrasa, bien temprano, me sorprendió lo contrario. Sentí que había buenas vibras incluso en este presente tan discutido. El caso es que polemizaba la muchachada sobre qué destino darle al Gordo si ellos resultaban agraciados. Al principio, escuchándolos, aquello parecía el típico “pues yo más”. Si para uno eran las motos de alta gama, el siguiente ya incluía coches y el tercero “un yate de lujo”, por aquello de no fallarle al orgullo naval de la ciudad. La vena inmobiliaria pegaba igual de fuerte. Del chalet con piscina acabaron en la mansión con helipuerto y circuito de F-1 incluido. Todos reían de la escalada de barbaridades dándose cuenta que un décimo cubre algunos caprichos y hasta ahí.

"Quedé noqueado con aquel gancho certero, inesperado. El comentario nos zarandeó a todos los que pegamos la oreja"

Sin embargo en el grupo había una chiquilla con la vista perdida. Llevaba algún tiempo así cuando le tocó su turno. “Pues yo lo donaría”, soltó sin dejar de mirar al infinito y tras coger aire argumentó su elección: “¿Es que no os dais cuenta?, ¡si tenemos de todo!” –les reprochó con cierto enfado a sus compañeros– “este dinero le hace mucha más falta a otra gente, a los que están en guerra, a los que mueren intentando cruzar una valla, un mar, a los que malviven sin agua potable…” y siguió razonando todavía un rato. Quedé noqueado con aquel gancho certero, inesperado. El comentario nos zarandeó a todos los que pegamos la oreja. Hasta un matrimonio de jubilados se sorprendió, comentando por lo bajini: “E mira pa’rapaza!”. El resto de la panda quedó cavilando, para poco después modificar sus peticiones. La mansión se había quedado sin circuito ni helipuerto pero al lado tenía una residencia para refugiados y a los deportivos se le habían ido unos cuantos caballos hasta un camión que podía hacer las veces de consulta médica y planta potabilizadora. Por supuesto, el yate ahora pasaría largas temporadas ayudando a los desesperados que se lanzan al Mediterráneo… todo aquello me alegró el día. Sin duda vibración máxima.

En la mañana de ayer –como ha insistido durante toda su campaña publicitaria– Loterías y Apuestas del Estado repartió miles de euros con justicia poética, esa que te planta en la cara una mueca alegre como la de mis jubilados en el bus; en cambio a otros tantos los acarició con ese etéreo don que llamamos “suerte” que no siempre acaba felizmente. A la mayoría nos dejó igual pero siempre saludables y la verdad, aunque el ansia nos pueda: “haxa salú!” y menos vallas (por favor).