Crónica Política

La atomización

Javier Sánchez de Dios

Javier Sánchez de Dios

Habría que preguntar, y preguntarse, si la agricultura gallega, la ganadería o, simplemente, el monte, pueden llegar a alcanzar siquiera un nivel de desarrollo que permita dignificar más aún sus trabajos y las economías domésticas de quienes los llevan a cabo. Una pregunta pertinente a la vista de las cifras que acaba de publicar este periódico sobre lo que podría llamarse ya no minifundio, sino más bien atomización: la Consellería ha “descubierto” 182.000 fincas sin limpiar, lo que es malo, y –lo que es todavía peor– sin dueño conocido. Y si a esas se unen otro más de un millón –largo– puede llegarse a la conclusión de que al señor González, titular del departamento, le esperan todavía muchos dolores de cabeza para rematar la tarea. Y un largo camino.

Se ha dicho, y los juristas sabrán mucho más, que esa atomización que vive la propiedad agraria en esta tierra tiene su origen en el antiguo Derecho gallego, y en la costumbre, que no evitó lo que a la larga ha sido una maldición llamada minifundio. Otras comunidades históricas, como Aragón, consagraron la concentración de las tierras mediante la institución del mayorazgo, la entrega al heredero mayor de la familia, y en términos económicos, al menos, dio mejor resultado que el sistema que se seguía aquí. Y al que muchos observadores apuntan la responsabilidad original de lo que ahora ocurre en Galicia.

Por eso puede ser que este antiguo Reino necesita una reforma agraria –no una revolución–, y que casi nadie lo discute. Cosa diferente es determinar qué reforma y cómo se plantea y desarrolla. Pero en un mundo global, ni se puede ni se debe mantener una estructura como la que existe en esta comunidad, porque es antieconómico e induce a vender a pérdida y, al ser así, espanta a la población en lugar de atraerla. Lo que no acaba de entenderse y no parece tanto responsabilidad de la Xunta cuanto de las diferentes organizaciones agrarias, que quizá por la presión del día a día, no enfocan con luces largas lo que en definitiva sería mejor para la Galicia interior.

Conste que no se trata de ser injusto, sino crítico, entendiendo también que los medios de información, en general, no han concedido ni el espacio ni la atención que el mundo agrario requiere y necesita. Y eso, probablemente, ha contribuido, si no a empeorar la situación, desde luego a no mejorarla. A partir de esa idea, tarde o temprano tendrá que plantearse un cambio en la legislación, de forma que se potencie, si no la concentración de propiedades en una sola mano, medidas que favorezcan la eliminación del minifundio, bien primando o facilitando otros métodos. Que los hay, con ejemplos más que suficientes.

La concentración parcelaria fue, y aún podría seguir siéndolo, uno de ellos, pero quizá agudizando un poco más la política que pretendía y, a mayores, acentuando más la didáctica que siempre debería acompañar as cualquier norma que de algún modo modificase costumbres tradicionales, superadas ya para el día a día por más que se conmemoren de vez en cuando. Desde luego, es preciso eliminar aquella atomización si se quiere un rural próspero, y doctores tiene la iglesia administrativa para ponerse a ello. La única duda es si querrá.

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