Montenegro, mar azul

Rubén Reiriz Polo

Desciendo por escaleras hasta llegar a Perast, romántica aldea para celebrar mi cumpleaños. Entre palacetes e iglesias barrocas, la torre afilada de San Nicolás se cuela en todas las fotos. Casi accesibles a nado dos islotes, San Jorge y Nuestra Señora de las Rocas.

Llegué a Kotor justo cuando había terminado el Carnaval de Verano. Cobran ocho euros por subir a las fortificaciones de la ladera. A media ascensión, la Iglesia de Nuestra Señora de la Salud. En el templo abandonado oigo un ruido. Son murciélagos jugueteando en el techo. No quieren mi sangre. En la fortaleza ilírica de San Juan me siento como un sherpa ante la bandera montenegrina. Una panorámica espectacular del único fiordo de la Europa meridional. Aunque muchos expertos opinan que es el cañón de un río extinto y la bahía son los restos del cráter de un volcán. Siempre con un crucero atracado respirando belleza. Si te gusta el sosiego Budva no es tu lugar. Helados, comida rápida, tatuajes de Henna, cochecitos para los niños… Unas niñas ordenan unas conchas para venderlas a los turistas. En el sendero hacia la playa Mogren una bailarina solitaria danza sobre los peñascos. Cuenta la leyenda que espera por un marinero que jamás regresó. El muelle de San Blas. Camino de Albania. Ulcinj se ve más árabe. Mezquitas,zocos y velos. Se escuchan las llamadas a la oración. Cuentan que Cervantes pasó aquí cautiverio. Tenía volcadas muchas expectativas en el Restaurante del Pescador pero los mejillones son los nietos de los gallegos.

Los pubs se arremolinan abrazando a la playa Pequeña. La arena oscura tiñe el color del agua turbia. La playa Liman es mucho más acogedora dado su intrincado acceso. El mar es más cristalino. ¡Qué torpe soy caminando sobre guijarros! En la cercana iglesia de San Nikolas, con un cementerio anexo con vistas, los monjes venden sal marina y aceite de lavanda.