Es probable que ahora mismo, y tras leer la noticia de este periódico, no escaseen los que se preguntan –y entre ellos quien expresa esta opinión– cómo resolverá el presidente del PP la cuestión que acaba de plantear la señora Ayuso, “presionando”, como dice FARO, para abrir una comunicación ferroviaria entre París y Lisboa por Madrid. Una “ L”, apoyada desde Aragón, que conectaría Zaragoza con Pau, en territorio galo- que reducirá, de salir adelante esa tesis, las posibilidades del Corredor Atlántico para unir el Noroeste con el resto del mundo y perjudicaría los intereses estratégicos de Galicia, además de los del norte de Portugal. Un desafío inadmisible para ambos. Demasiado riesgo.

Es evidente que la propuesta tiene un acusado tinte preelectoral: el presidente aragonés, después de la humillación sufrida desde Moncloa al obligarle a retractarse de sus afirmación acerca de lo bueno que habría sido tener a alguien diferente a Sánchez al frente de los destinos de España, necesita no sólo desviar la atención, sino un impulso para sus quizá maltrechas posibilidades de renovar su cargo. El caso de Ayuso es diferente: ella juega no sólo a arrasar electoralmente en su comunidad, sino a que ese triunfo, de lograrlo, la consolidase definitivamente como el “recambio del cambio “ para el caso de que don Alberto Núñez no logre el objetivo para el que su partido le eligió: gobernar el país.

Doña Isabel usará toda la enorme capacidad de presión que tiene la capital de España, tanto política como económicamente, para lograr su objetivo, aunque para eso tendrá que superar una resistencia aún mayor que la potencia de que dispone. El dilema, sin embargo, al que se refiere la opinión que se expresa, es para el señor Núñez Feijóo, que si se ve obligado –y lo intentarán tirios y troyanos– a opinar sobre la ocurrencia de su colega y sin embargo no muy “amiga” en las palabras, pero en absoluto en los hechos, tendrá un serio problema tanto si apoya como si no lo hace y, lo que es peor, si se abstiene. Y quienes le conocen saben que no es de los que eluden exponer su criterio con claridad.

De algún modo, ese es el teatro en el que ha de moverse el anterior titular de la Xunta. Madrid es políticamente un laberinto en el que suelen confundirse los amigos con los enemigos, todos ellos disfrazados “por si acaso”, y en donde determinadas deudas se pagan con pena de destierro de la vida pública. Y en el caso del ayusismo porque tiene complejidad en los desafíos y por el perfil de su –por más que militen en la misma sigla– oponente. La señora Díaz Ayuso es una populista próxima en no pocas de sus actuaciones a la extrema derecha y que, como la ultraizquierda, no duda en manejar –aunque con más temple– la hipérbole, y aun rozar el disparate, si cree que beneficia su interés electoral.

Hábil, bien asesorada, e imbuida por los espíritus de Aznar –el combativo y el maligno–, sabe lo que quiere y trata de acortar los plazos para conseguirlo a base de ofrecer una imagen cercana a la de Feijóo, pero siempre con una nota antagónica que no se sabe bien si es provocación o advertencia. Por eso es tan peligrosa tanto para lo que queda del PSOE socialdemócrata como del PP moderado. Y ahí tendrá que moverse don Alberto, en forma cada vez más arriesgada: lo sabía, pero quizá no tanto en la agresividad ajena, acostumbrado como estaba a la oposición que, en Galicia, tiene que ajustarse a la mayoría absoluta, que proporciona confort a quien la obtiene y desasosiego a quien la busca, aun en coalición, y no la consigue. Y ahora es muy diferente, claro.