DE UN PAÍS

El mundo que agoniza

Luis Carlos de la Peña

Luis Carlos de la Peña

La excelente película “As bestas” suma al éxito en las taquillas las múltiples nominaciones a los premios Goya. El filme de Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981) entronca con una tradición cinematográfica que toma el mundo rural, en la senda de “O que arde” (2019) o “Los santos inocentes” (1984), como materia de un género específico. No tanto de naturaleza, pese a ser esta el trasfondo condicionante, como de relaciones humanas de dificultoso y quebradizo desarrollo; en la transición de un tiempo anterior percibido como lleno y armónico al presente vivido como vacío y traumático.

El trabajo actoral en “As bestas”, tanto de Marina Foïs como de Luis Zahera y Diego Anido, siendo inolvidable, refuerza los poderosos mensajes del guion de Isabel Peña y el citado Sorogoyen. Sabemos que la trama se inspira en sucesos reales acontecidos en una aldea no lejana a los escenarios de la película. Poco importa. Quienes conozcan, aun aproximativamente, las sierras del oriente de Ourense y Lugo, el residuo de vida que da allí sus últimas boqueadas, ha percibido el drama, la angustia y el pesado silencio que se ha abatido, sin posible retorno, sobre aquellas dilatadas soledades. Dos siglos de huida y abandono de la aldea, de la miseria y los trabajos embrutecedores, llegan ahora mismo a su definitivo final. Huyeron los hidalgos y los comerciantes enriquecidos que compraron los pazos y heredades de aquellos; desapareció el clero y amenazan ruina las pequeñas iglesias románicas y barrocas, las casas rectorales, que daban plena expresión a la aldea, a sus sonidos y al paisaje. Quienes no tomaron la salida de la emigración han quedado como los últimos fantasmas, ni tan siquiera testigos, de un mundo que agoniza, tomando libérrimamente el título de Delibes.

“Dos siglos de huida y abandono de la aldea, de la miseria y los trabajos embrutecedores, llegan ahora a su final”

En este universo abandonado que muere con quienes no pudieron huir, donde el jabalí, el lobo y el corzo han recuperado sus dominios, solo los intereses eólicos –hidráulicos o mineros– y los renegados de la sociedad urbana, los buscadores de soledad y de sí mismos, han fijado su atención en los vientos de las sierras y en las posibilidades del autoconsumo en los ermos de los pequeños valles. Este intento de trocar en negocio los bienes comunes, caso del viento, o de convertir en un extenso eremitorio contemporáneo el antiguo mundo rural, confirman de un modo insospechado algo de la paradoja adelantada por Otero Pedrayo: “Cando máis creza un senso e feitío universal nas formas de vida, ha ser meirande o gusto do particular, o xenuino”.

Suscríbete para seguir leyendo