Motivos para la esperanza

El respeto en el Congreso de los Diputados

Carmen Martínez-Fortún

Carmen Martínez-Fortún

Que hay múltiples motivos para estar preocupados es cierto, pero a pesar de eso, qué bonita la vida, aunque exista lo malo y qué significativos motivos para ver lo bueno donde lo bueno está. Y es que hay veces que se nos nubla la vista y sucumbimos a la tentación de creer que casi todo está perdido y a la pesadilla cierta de que yo ya no soy yo ni mi casa es ya mi casa. Ocurre cuando los valores sobre los que se apoyan nuestras creencias que, inocentes de nosotros, ciframos en la educación, el trabajo responsable, la honradez, el respeto, la tolerancia, la libertad y la concordia, se pisotean todos los días, no tanto en la realidad cotidiana sino en ese espejo deformado que son las instituciones y que, aunque nos resistamos, condicionan nuestra forma de enfrentarnos al presente.

Es tanta la presencia en los medios de comunicación del ruido de la ministra que insulta, no solo porque ha sido antes insultada y se encuentra acorralada, que también, sino porque está en su condición insultar, o del parlamentario que agrede henchido de odio a quien considera no su oponente político sino su enemigo, apoyándose en su fanática y supuesta superioridad moral, o del mandatario que falta machaconamente a la palabra dada o del exvicepresidente que se dedica a vomitar rencor, que se sobredimensiona su significado concediéndole un valor representativo del que carece. Nosotros no somos así. España no es así. Y en estos días en que el hijo de Adolfo Suárez se retira de la política y protagoniza uno de los pocos episodios esperanzadores de la reciente historia parlamentaria, recuerdo el deseo de su padre de elevar a la categoría política de normal lo que en la calle era simplemente normal.

Para nuestro consuelo, no es el Congreso ese lugar aparentemente repleto de enajenados que necesitan un equipo de psicólogos para que les curen sus neuras genéticas o producidas por un súbito trauma. Todavía hay motivos para la esperanza si en él cabe el respeto e incluso el cariño entre los que defienden opuestas maneras de entender no ya la política sino todo.

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