DE UN PAÍS

Soplar y sorber

Luis Carlos de la Peña

Luis Carlos de la Peña

Salvo Camilo José Cela que, en sus tiempos más estrepitosos, declaraba ser capaz de soplar y sorber a la vez, no parece que tal habilidad esté al alcance de los simples mortales. Quizá sí en el caso del Gobierno dado el empecinamiento en hacerse el harakiri, ya saben, el sanguinolento ritual japonés del suicidio por desentrañamiento. El tiempo político corre veloz hacia las urnas aunque, por repetitivo, parezca estancado en una guerra de posiciones y munición de creciente calibre.

Cada día trae su afán y, si así no ocurriera, ahí está el propio presidente para reclamar un dudoso lugar en la historia –en la historia de la infamia, pensarán algunos– o para acogerse al criterio de elección de magistrados del Constitucional que, hace tan solo unas jornadas, parecía al fin tácitamente desterrado, a saber, la inelegibilidad de quienes hubieran ostentado cargos políticos de responsabilidad. ¿Será la dureza, la inmovilidad de los principios, “el no es no” y otros rígidos capítulos del manual de resistencia, el epitafio marmóreo buscado para aquella aspiración histórica?

La demoscopia detecta la respuesta a estas llamadas de clarín en la movilización de los habituales propios votantes. El secreto del socialismo en la España democrática ha estado siempre en la movilización, cualidad ahora tan recordada con motivo de los 40 años de democracia recuperada y, en particular, de la histórica mayoría socialista de 202 diputados en 1982 (120 actuales). En el reverso, la izquierda tiende a morir de desmovilización, de escepticismo, desesperanza y de hastío consigo misma.

Uno de los detonadores más eficaces para la desmovilización de la izquierda es la división de su representación política. Advertía Gracián que “están más llenas las historias de casos que de escarmientos”. Las pejigueras teoréticas, los personalismos, las tácticas y las estrategias, son el humus que los votantes de la izquierda ventean para decidir quedarse en casa o, como está comprobado, votar a la extrema derecha.

La actualidad muestra un preocupante escenario para la izquierda: Sánchez ha puesto a sus baronías territoriales en pánico; el sumatorio de Yolanda Díaz no acaba de cuajar y la “revolución cultural” de molde maoísta que predican Irene Montero y Pablo Iglesias ya no empatiza ni con lo más bizarro del 15M. Todos ellos se esfuerzan en cavar la nítida trinchera de la izquierda y los sacrosantos principios. Una trinchera tan profunda que requeriría de la acción experta de los viejos entibadores de las minas del carbón. Aquellos que tendrían bien claro que “soplar y sorber, no puede ser”.

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