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Prestige, aprender a no aprender

Decía el tango que veinte años no es nada, y, sin embargo, hay que ver cuántas cosas cambiaron en Galicia en este tiempo y, a decir de mi abuela, que de esto sabe, que pocas fueron para bien.

Soy demasiado joven para tener un recuerdo nítido del “Prestige”, de los detalles, pero quizás por eso, he llegado a mitificar aquel momento como la gran revuelta de los gallegos que entraban en el siglo XXI, una rebelión contra el destino; una notable mezcla de unidad interna y solidaridad externa, con una intensa dosis de movilización juvenil que Galicia no había vivido nunca.

Aquella mierda negra que llegaba a nuestras costas fue capaz de movilizar lo mejor de todos nosotros; nos hizo sentirnos vivos, fuertes y capaces. Nadie, en su sano juicio, podría pensar que se le podía ganar al mar con las manos, salvo nosotros. No me importa a quién se le ocurrió la idea de ir a la playa a recoger aquello, ni quién convirtió aquel gesto en una riada de solidaridad, quién alentó política y socialmente que aquellos monos blancos brillaran más que las luces de navidad de Vigo, ni quién usó políticamente aquello para su propio beneficio; porque probablemente, todas esas cosas las hicimos todos y todas.

Fraga destituyó a Cuiña y eligió abrirle el camino a Feijóo; con el “Prestige”, el PP de Galicia se sacó la boina y abrió el camino para que un presidente de la Xunta del PP pudiera optar a la presidencia de España; y hoy más que nunca, sabemos que eso solo podía hacerse desde una renuncia al galleguismo identitario con el que se había armado Fraga de la mano del centrismo ourensano y desde la Galicia rural que representaba la boina.

La izquierda apareció unida en la calle, a pesar de las diferencias estratégicas, por una vez, sin que sirviera de precedente vivimos la ilusión de que la izquierda podía unirse e incluso plantear un proyecto común para Galicia. Pero, también es cierto que esa unión muy pronto se vio coyuntural, como respuesta a la tragedia, antes que contener un proyecto común y homogéneo.

Muchos jóvenes voluntarios, anónimos, ilusionados; con el único interés de vivir la experiencia de salvar el mar, y la mar como única ayuda, agradecida, salvaje, dispuesta a regenerar en meses lo que los científicos predecían décadas. Nosotras y el mar, la mar, el mar. Familias de tantos pueblos que vieron llegar a aquellos jóvenes con greñas, con rastas, que ya no eran perroflautas sino esperanza; y cocinaron para ellos y ellas, los llevaron a sus casas y les hicieron monumentos, para que nos acordáramos. Y también hubo tantos, los de siempre, que se pusieron al frente de la manifestación, que salieron en todas las fotos, que siguen creyéndose los protagonistas sin haber limpiado un solo metro de playa. Pero cada uno tenía su cometido en aquel momento.

Con el “Prestige” fuimos mejores, porque los seres humanos solemos sacar lo mejor en la tragedia, en la dificultad, en la desesperanza, y luego, simplemente, nos olvidamos, y volvimos a ser los de siempre. Con el “Prestige” aprendimos a no aprender; a que podíamos pasar por lo más difícil y volver a ser los de siempre, mientras el mar hacía su trabajo y nos devolvía la vida a puñados.

*Profesora de Ciencia Política y Administración. Equipo de Investigacións Políticas, Universidade de Santiago

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