DE UN PAÍS
Cataluña, ¿mejor que en 2017?
El presidente Sánchez pregunta a Feijóo si acaso Cataluña no está ahora mejor que en el tumultuoso año político de 2017. El inquilino de La Moncloa sabe que la mayoría de españoles, incluidos los catalanes, rehuye de los conflictos como el gato escaldado del agua fría y quiere ver en la práctica desaparición de las declaraciones soberanistas en el Parlament y en el Palau de la Generalitat o de las algaradas en las calles de las ciudades y pueblos catalanes, una mejora de la convivencia.
Para que el presidente de gobierno pueda enfatizar y felicitarse de que Cataluña esté hoy mejor que en el arrebatado 2017, han sucedido muchas cosas, unas buscadas por sus protagonistas y otras surgidas como efectos mal calculados previamente por quienes ahora los sufren. Entre estos últimos me refiero a aquellos que penaron en las cárceles y aún sufren la inhabilitación o, simplemente, decidieron poner tierra por medio con la justicia española. Que el éxtasis autodeterminista pudiera acabar en la aplicación del Código Penal está cincelado en los basamentos de nuestra Constitución pero, de tanto obviarla, hay quien tiende a dudar de su mera existencia. Error grosero.
"La historia nos enseña, al menos desde la rebelión de los catalanes de 1640, que las cosas ni son tan felices ni lo son para siempre"
Consecuencia o no de aquel paso por las asperezas penales de la élite política catalanista de la época, lo cierto es que Esquerra Republicana ha sido capaz de hacerse a sí misma una profunda enmienda a la totalidad. No es fácil olvidar la arrogancia de Rufián y sus “155 monedas de plata” o la inercial actitud del entonces vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, mientras el president Puigdemont se despeñaba de la legalidad leyendo una declaración de independencia sostenida con una mano, mientras la otra activaba ya el navegador de su huida al oasis judicial belga.
Muchas cosas han pasado desde entonces y no todas buenas para la arquitectura institucional española. A la cabeza de ellas la impropia alocución televisiva de Felipe VI, un error más en la impotencia de Mariano Rajoy frente al procés independentista y que costará restañar. Pero no solo eso: las euroórdenes dictadas contra los políticos huidos mostraron su ineficacia frente a la interpretación jurídica de nuestros socios europeos. De aquellos polvos se justifican ahora los lodos de la apresurada y oportunista modificación de los delitos de sedición y aún de la malversación.
Aquí paz y después gloria, podrá pensar Sánchez, pero la historia nos enseña, al menos desde la rebelión de los catalanes de 1640, que las cosas ni son tan felices ni lo son para siempre.
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