En la derecha estadounidense, tal y como la entendemos hoy, la que emergió con la derrota de Barry Goldwater en 1964 y se consolidó con la victoria de Ronald Reagan en 1980, siempre coexistieron diversas sensibilidades ideológicas: los conservadores clásicos o burkeanos, los libertarians, los anticomunistas, la derecha religiosa (fundamentalmente evangélica), los neoconservadores y los paleoconservadores. Poco tenía que ver Russell Kirk con Frank Chodorov. O Milton Friedman con Jerry Falwell. O Irving Kristol con Pat Buchanan. La unidad de esta improbable coalición, de la cual sacó provecho electoralmente el Partido Republicano, se mantuvo gracias al liderazgo de William F. Buckley, quien se encargó de equilibrar todas las fuerzas según los contextos históricos a los cuales se tenían que enfrentar. Lo que dio sentido a su éxito, sin embargo, fue la Guerra Fría. La Unión Soviética era el “enemigo existencial”. En eso estaban todos de acuerdo.

Tras la caída del Muro de Berlín, llegó, por fin, su momento hegemónico. La conquista de las calles y los medios de comunicación. Y el islamismo radical se convertiría en el nuevo antagonista. Pero las operaciones fallidas en Irak y en Afganistán generaron desencanto, resucitando así el aislacionismo originario. Fue entonces cuando en aquella alianza por conveniencia comenzaron a surgir divergencias. Y se pusieron en evidencia tanto las filosofías enfrentadas (visiones distintas sobre el papel que ha de ejercer el gobierno) como uno proyectos de país que, en el fondo, resultaban antitéticos. Con Trump ya no quedan sino las ruinas de todo aquello. Después de la retirada (o expulsión) del sector intelectual (National Review) y de los neoconservadores, solo se conserva la versión más vulgar del paleoconservadurismo (nacionalismo y nativismo), la hipocresía moral de los evangélicos y un anarcocapitalismo descontrolado.

Muchos recuerdan que William Buckley dijo que prefería ser gobernado por las dos mil primeras personas de la guía telefónica de Boston que por el profesorado de la Universidad de Harvard. Pero convendría recordar también que uno de los libros que más le influyó en su juventud fue La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset. Incluso quiso titular su gran tratado del conservadurismo (que nunca escribió) La rebelión contra las masas. Como sugirió el profesor Jeffrey Hart, que formó parte del equipo editor de la National Review, Buckley personificaba la contradicción de su propio movimiento. Por un lado estaba el conservadurismo aristocrático, temeroso de las muchedumbres y protector de las instituciones, y por otro el populismo, con su poder demagógico y su resentimiento hacia las élites. El Partido Republicano se decantó por lo segundo. Las masas vencieron.