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Pobre Irene

Complace saber, al fin, que la oposición del PP y VOX a la Ley del Solo Sí es Sí, no provenía de su lectura conservadora de la sociedad machista y patriarcal, como rezaban los eslóganes podemitas, sino, más bien, de las carencias técnicas de la ley a la hora de afrontar sus objetivos de defensa integral de las mujeres agredidas.

Ahora entiendo que Macarena Olona haya tenido que abandonar VOX para fundar su propia organización contra la “ideología de género” toda vez que VOX se estaba radicalizando en su lectura feminista.

En cualquier caso, ironías aparte, todo apunta a un primer logro de la ley, a saber, que todos y todas coincidimos de repente en el bien defendido y en la necesidad de defenderlo y de penalizarlo de forma correcta, que no es poco. Porque si realmente lográramos hacer de la perspectiva de género una referencia centrípeta más que una diferencia ideológica, habríamos avanzado mucho. Porque ninguna formación política puede patrimonializar los éxitos en igualdad si queremos que las aspiraciones sigan siendo compartidas, aunque sí, algunos pueden querer sentirse excluidos.

Creo sinceramente que Irene Montero ha supuesto un enorme avance en los objetivos de la igualdad en España, y creo, al mismo tiempo, que ha cometido errores de peso; y que ese doble perfil que caracteriza al ministerio que preside está presente en esta ley.

A Montero le tocó lidiar con la incorporación de los valores del movimiento “me too” a España; unos valores que suponían reconocerse agredida y denunciar y castigar a los agresores, algo tan difícil para tantas mujeres. Y le tocó, también, hacer compatibles las aspiraciones del feminismo tradicional con los movimientos LGTBI+, algo aún más difícil.

Irene Montero ha tropezado, durante todo este tiempo, con la resistencia de nuestra cultura, con nuestras costumbres, con nuestras formas de dar importancia o no a las cosas, porque eso es siempre lo más difícil de vencer cuando se trata de cambiar; y eso la ha convertido en una de las ministras con menos popularidad del gobierno. Pero también ha logrado imponer un relato contra toda esa resistencia, y eso tiene un enorme valor para el futuro de las mujeres.

La ley tiene defectos, es notorio, pero a los defectos puede responderse pidiendo disculpas y corrigiendo, o llamando “machistas” o “fachas con toga a los jueces”. Defendería a Irene Montero si hubiese hecho lo primero, pero a Pablo Iglesias y a los suyos solo les falta escribir un tratado sobre la pureza progresista para defender lo indefendible en este caso, por mucho que le toque las narices que su amiga del alma mire para otro lado.

No dimitirá, seguro, pero debiera hacerlo, porque la pureza tiene que empezar por una misma, pero intentará aguantar para ver si aún puede ser la candidata de Podemos a las próximas generales, aunque cada vez lo tenga más complicado.

Irene Montero apuró estas leyes para asfaltar el camino a la candidatura de Podemos, y ahora las mismas leyes pueden enviarla a casa; pobre Irene.

*Profesora Ciencia Política

Equipo de Investigaciones Políticas. Universidade de Santiago de Compostela

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