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Guillermo Juan Morado

Mons. Gilberto: gallego, pastor y poeta

Se da en este mundo contemporáneo secularizado el prejuicio de que la poesía de temática religiosa no pasa por un buen momento. Sin embargo, quienes llevan años explorando esta parcela del arte literario y su expresión editorial constatan que la realidad es otra: existe una producción en ascenso, cuyo interés para los siempre minoritarios lectores de poesía es creciente. En este panorama, nos sentimos de enhorabuena al recibir el libro, el segundo de su obra impresa, de un natural de estas tierras, Gilberto Gómez González, nacido a la orilla del Miño, en el mismo lugar donde nació San Paio, la parroquia de Albeos, del municipio de Crecente. Se trata de Rosario. Poesía, oración y mística (editorial CCS, Madrid 2022, 76 páginas), un poemario, precedido de un estudio introductorio de Yolanda Obregón, quien el próximo viernes disertará sobre esta obra en el Centro Teológico vigués.

Gilberto Gómez, formado como sacerdote en la Diócesis de Tui-Vigo, de cuyo Seminario Menor fue luego él mismo formador de tantos otros sacerdotes en los ha dejado una impronta duradera, es, desde hace décadas, obispo de la inmensa diócesis de Abancay, en las áridas alturas de los Andes peruanos. Como sucede con los verdaderamente grandes, la sencillez de monseñor Gómez González no nos habría permitido disfrutar de su obra de no ser por la insistencia de quienes le conocen y han ido leyendo su producción poética. Y, sin embargo, la primera vez que se adentró en el mundo literario exterior a su intimidad, obtuvo el galardón más prestigioso en este terreno: el Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, en su edición del año 2004, por el poemario titulado Via Lucis, que editó la propia Fundación convocante en 2005.

Pero ni siquiera este galardón le movió al empeño de publicar el resto de su obra. Desde 2005 hasta hoy, el silencio editorial ha sido completo, a pesar de que su obra es ya muy abundante. De hecho, escribe poesía desde la infancia, “casi en secreto”, dice él mismo, y llama a su obra “pequeños desahogos; borradores, que escribo muy de tarde en tarde”. “Hace falta tiempo y paz”, añade. Quien lea Rosario entreverá esa paz, que no es la paz del ocio y del descanso comunes, sino la paz de quien tiene ya su casa sosegada, como san Juan de la Cruz, el máximo poeta místico de nuestro Siglo de Oro, cuya alma salía sin ser notada, estando ya su casa sosegada. Así se presenta la madurez personal y poética de Gilberto Gómez González.

Rosario comienza disolviendo la voz poética del autor en los propios labios de María, que habla, ora, salmodia y exulta en primera persona durante los cinco misterios gozosos que abren el poemario. El tono apaciguado y calmo sugiere la necesidad de una lectura pausada, que se complazca en cada imagen y deguste cada metáfora, e invita a la contemplación. Es una poética que se resiste a moldes o a técnicas muy definidas, porque su propio objeto es el más escurridizo, ya que nace del estupor de un amor inefable. El estupor ante lo que no alcanzan a exponer el discurso común ni la sofisticación técnica se remansa en el poema, como vía de acceso a verdades que solo la mirada del poeta logra desvelar.

Apuntaba al principio que la literatura de temática religiosa sí vive un buen momento. Desde hace seis años, la Universidad Complutense celebra anualmente un congreso internacional, Autores en busca de Autor, dentro del Proyecto “Dios en la Literatura Contemporánea”, de la Facultad de Filología. Y precisamente los pasados días 22 y 23 de septiembre celebró su sexta edición, en la que Yolanda Obregón presentó y explicó ante decenas de estudiosos de diversas disciplinas, la obra de Mons. Gilberto Gómez. Y lo mismo reiterará el próximo viernes en el Centro Teológico vigués. De este modo el desconocido pero brillante poemario de nuestro paisano, oculto en las brumas andinas, se va publicando y arrancando de la discreta reserva en la que vive y escribe el autor.

*Director del Centro Teológico (Vigo)

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