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Francisco García Pérez opinador

Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

Tortura y bálsamo del lenguaje

Como habrán leído y visto ustedes, un par de “activistas” (vamos a no usar la palabra gamberras) arrojaron en Londres el pasado mes el contenido de unas latas de tomate contra el cuadro “Los girasoles”, de Vincent Van Gogh. Protestaban así por la poca o nula atención que el Poder presta al cuidado del medio ambiente. Acciones como esta continúan: ahora parece que otras activistas pegan sus manos a los marcos de las Majas de Goya. (Aviso de ironía): es bien sabido que Van Gogh dedicó toda su vida a contaminar ríos y mares, propiciar vertidos tóxicos y envenenar el aire que respiramos. En su tiempo libre, pintaba unos cuadros que algunos viejunos consideran obras maestras, se cercenaba las orejas y era, además, neerlandés, mendigo y chiflado (Fin de la ironía). Tan descomunal artista alcanzó la plenitud en la localidad provenzal de Arles, donde concluyó unas trescientas pinturas, a finales del XIX. Arles lo pronuncian en Francia algo así como [ág-le]; en España, [arlés]. Pero oigan a una presunta periodista de los informativos radiofónicos dando cuenta del desmán de las muchachas soperas: “Van Gogh vivió en Los Arles…”. Ole y ole. Como Los Andes, como Los Alpes… Los Arles. Mátame, camión.

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No le va a la zaga inventora otra radiofonista cuando nos informaba del horror pijo de aquellos pijos repugnantemente pijos que daban alaridos megapijos y cavernícolas en el madrileño Colegio Mayor Ahuja (escrito así, sin tilde, en su web), muy pijo también −según dicen−, dirigido y gestionado por los padres agustinos. Esputos verbales dirigidos a las alumnas del colegio mayor Santa Mónica, sito enfrente: “¡Putas! ¡Salid de vuestras madrigueras como conejas! ¡Sois unas putas ninfómanas!”, etc. Pues, corta y perezosa, la antedicha habló del “discurso machista” de esos fulanos, a los que yo ponía a picar en aquellas minas de Almadén o de las asturianas Cuencas. ¿Discurso? ¿Dónde vería ella la racionalidad o el razonamiento en la palabrada de esos individuos? ¿Cómo que “discurso”? No me destrocen tanto las palabras, leñe. Pero la muy iletrada redactora o locutora o lo que fuere, se vino arriba y remató que esos colegiales mayores, a quienes el demonio confunda, habían dirigido “palabras de denigración” a las colegialas mayores. ¿Pero quién dijo nunca “palabras de denigración”? ¿En dónde aprenden algunos radioparlantes y algunas radioparlantas el idioma que les da de comer? No destrocen la lengua con tanto descaro, leñe.

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Pero también existen bálsamos lingüísticos que alegran la semana y hacen olvidar tanto disparate. Durante una conversación sobre sanidad en un pueblo del País Vasco, una aguerrida veterinaria (también llamada “albéitar”, recuerden a Clarín) me relata el incidente que había tenido su marido con un médico vizcaíno algo necio. Al parecer, tal tardo galeno atendió con menguada profesionalidad y no poca altivez a nuestro hombre. La mujer quería transmitirme con viveza el pertinaz enfado del paciente y la contumaz torpeza sanitaria. Me temí que incluso se hubiesen peleado a torta limpia o garrotazos cuando dejó una frase en el aire:

−Fíjate que se fueron… −miró a su alrededor y se acercó a mi oreja en un susurro−, que se fueron…

−¿A las manos? ¡Qué barbaridad! –repuse.

−¡No, qué dices? −me miró extrañadísima− Mucho peor: se fueron a las palabras.

“Se fueron a las palabras”, es decir, se dijeron de todo. Nunca había escuchado yo tal expresión. Quedé encantado.

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En el documental “Salvar al rey”, Iñaki Anasagasti habla de “su momento culme”. Qué mezcla más audaz entre cumbre y culmen. Qué balsámica risa me dio.

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Debo aclarar que es “pita” una planta de cuyas hojas se saca buena hilaza y es materia base del pulque, esa bebida alcohólica mexicana, blanca y espesa. Digo tal para que entendamos todos el significado del calambur que esta semana me envía mi muy retorcido amigo invisible. El campesino que oiga a un redicho de ciudad “labras acre pita” casi seguro que entenderá “la brasa crepita” ¿verdad?

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