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Alberto Barciela

Familia y educación

La trepidante evolución de los tiempos permite inéditas posibilidades a la par que genera inconvenientes imprevistos. Los tiempos exigen la adopción de soluciones urgentes y adecuadas, entre las que destaca prevenir los riesgos para las conquistas logradas en milenios de evolución civilizatoria de los seres racionales.

Vivimos inmersos en convulsiones. Cada vez estamos más condicionados por las comunicaciones instantáneas que hacen de lo particular causa general y de lo general causa particular. No gozamos de la preparación adecuada para asumir tanta precipitación excitada. Participamos cada día de un mundo que, aun siendo el nuestro, nos resulta ajeno y distante, que nos exigen improvisar con demasiada celeridad. Todo está ahí, pero casi nada goza de precedentes, de una cadencia lógica.

En estas circunstancias no es posible la pasividad. Hay que convivir con las directrices que dicta el desarrollo, con las normas legales, con los dirigismos, con las multinacionales y con los fondos de pensiones sin escrúpulos, con las mafias, con internet, etc. Hay que hacerlo de forma activa, predispuesta e inteligente, responder con tino.

El hábitat personal es cambiante, resulta cada vez más universal en su concepción y más uniformador en sus consecuencias. Los esquemas culturales, sociales y económicos se trastocan, con la ayuda de la técnica se superponen exponencialmente, sin considerar nuestra limitada capacidad de asimilación. Muy pocos, los raros emergentes, escapan a la influencia negativa de tanto cambio.

La sociedad actual es víctima de sus propias ventajas y crea distancias cada vez más insalvables entre los privilegiados y los que no lo son, quiebras generacionales, nuevas desigualdades y una suerte de condicionantes marginaciones que predisponen a la soledad y a la egoísta salvación individual. A la abundancia de analfabetos funcionales se suman ahora los digitales, a los delincuentes habituales se adicionan tribus urbanas impensables. La convulsión es económica, pero también es cultural, ética y moral. Existen, por ejemplo, graves crisis de salud inéditas y una creciente inseguridad. Todo es igual y es distinto, más inestable.

En este escenario, abundan los nuevos eruditos, cuyas cambiantes ideas se propagan sin filtro alguno en las redes. Se proponen sospechosas soluciones para no se sabe qué: pandemias, salvaciones espirituales, experiencias siderales, etc. Peligrosísimas propuestas, casi siempre. Proliferan los filósofos, los estudiosos, los sabios aparentes, los “gurús”, los profetas, las sectas, los líderes sin reparos... Son miles, millones de personas dispuestas a ofrecernos variados enfoques, convergentes y divergentes, panaceas comprables en forma de libros, vídeos, pastillas, etc., que aparecerán en nuestros domicilios en horas, previo pago, claro.

En este marco parece importante mantener una cierta cordura, el amor por la sabiduría, por el conocimiento, por el saber, por la tradición, por la cultura, por valorar todo aquello que verdaderamente puede conformar al humano como ser racional y, a veces, feliz. En un contexto de igualación permite –no de igualdad– resulta imprescindible preservar lo propio, identificarlo y, desde ello, intentar construir lo común. El puzle lo conforman muchas piezas, quizás demasiadas. Entiendo que la familia y la educación, tan amenazadas, resultan claves para retener los valores esenciales de convivencia que nos han permitido llegar hasta aquí. Eso pienso.

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