En matemáticas, a aquellos problemas que no tienen solución se les define como indecidibles. ¿Se ha convertido la demografía gallega en uno de ellos? A juzgar por los registros de las últimas décadas y de las predicciones realizadas para las próximas por diferentes institutos y entidades demoscópicas, la conclusión sería afirmativa. La pérdida de población gallega será constante en el medio plazo y el declive demográfico inexorable. Llevando el razonamiento al extremo: Galicia sería un territorio condenado, primero, al envejecimiento y, posteriormente, a la lenta pero imparable extinción.

¿Es realmente así? ¿Y si fuese así qué se está haciendo para evitarlo? ¿Es suficiente? ¿Se podría hacer mucho más? ¿Están tomándose nuestros gobernantes el asunto con la seriedad que requiere? ¿Estamos a tiempo de revertir el proceso habida cuenta de que los efectos de las decisiones en el ámbito demográfico tardan generaciones en percibirse? Toda situación mala es susceptible de empeorar si no se adoptan medidas correctoras. Y precisamente eso es lo que ratifica el último informe elaborado por la Oficina de Estadística de la UE (Eurostat): agrava lo que de por sí es una situación más que complicada. Así, Galicia en 2050 será la tercera región más envejecida del continente, solo por detrás de Asturias y Castilla y León. Hoy es la catorce. En tres décadas la edad media de la población gallega será de 57 años, la edad que hoy consideramos de la prejubilación. Dicho en otros términos: el perfil más común en 2050 del gallego será el de un hombre o una mujer al borde del retiro. La pesadilla de la Galicia vaciada, en especial en su interior, toma cada año que pasa más cuerpo.

La proyección de Eurostat se conoce semanas después de que FARO publicase otro trabajo, en este caso del Instituto Nacional de Estadística, que, entre otros, recogía cuatro datos demoledores: en 2035, la comunidad tendrá 5.100 personas con más de cien años, cuatro veces más de las que hay hoy; en ese año, perderá 35.000 habitantes (el equivalente, por ejemplo, a la desaparición de los municipios de Tui y Porriño); entonces 350.000 gallegos vivirán solos; y tendremos tantos habitantes menores de 18 años como mayores de 80.

Todo este retrato de por sí estremecedor sería incluso peor si de la ecuación excluyésemos el factor de la inmigración. Porque teniendo el segundo peor saldo vegetativo de España (diferencia entre nacimientos y defunciones), nuestro censo resiste gracias a la llegada de personas de terceros países, un fenómeno que se intensificará en los próximos quince años con un crecimiento estimado del 75%. Galicia tendrá entonces más de 464.000 inmigrantes, el equivalente a la suma de las poblaciones de las ciudades de A Coruña, Lugo y Ourense.

La gravedad de la situación, por conocida que sea, no parece que esté moviendo a las diferentes administraciones públicas (estatales, autonómicas o locales) a diseñar con urgencia una estrategia sostenida en el tiempo y dotada con los recursos más que suficientes para implementarla. Es cierto, porque así lo hemos oído en repetidas ocasiones a nuestros gobernantes, que el desplome demográfico está entre los mayores problemas del noroeste peninsular, pero si es así ¿no debería la Xunta escenificar esa preocupación, por ejemplo, creando una consellería propia, con amplios poderes, fondos y competencias? ¿Es normal que entre las 22 grandes competencias en las que está estructurado el Gobierno gallego no aparezca la demografía? ¿No ha llegado el momento de que el reto demográfico tenga un peso específico en la organización de gobernanza de la Xunta? Pero con protagonismo propio, no edulcorado como en el caso del Gobierno de Pedro Sánchez que, decidido a poner en práctica la máxima grouchiana de “pasen que al fondo hay sitio”, endosó a Teresa Ribera las competencias de Transición Ecológica y Reto Demográfico, de forma que hasta hoy no hay noticias de la gestión de la vicepresidenta, abrumada por la crisis energética. Así que, en su caso, el Reto Demográfico ha devenido en una frase pomposa que le da más lustre a su maletín ministerial.

"La gravedad de la situación no parece que esté moviendo a las diferentes administraciones públicas diseñar con urgencia una estrategia sostenida en el tiempo y dotada con recursos suficientes para implementarla"

Galicia no puede seguir más tiempo en actitud contemplativa o, peor, resignada. En este mismo espacio editorial, FARO ha urgido, en repetidas ocasiones y con escaso éxito, a los poderes públicos a tomarse más que en serio el problema demográfico. Ha reclamado más acciones y menos comisiones de alto, medio o bajo nivel; ha defendido la necesidad de que la Unión Europea aporte recursos a las regiones más afectadas, pero al mismo tiempo ha apremiado a los gobiernos autonómicos, la Xunta a la cabeza, a trazar un plan propio, que traspase el power point (uno de los vicios más enquistados de nuestra clase gobernante) y se traduzca en medidas reales y concretas. Un plan global, integral, poliédrico, transversal. Una estrategia que trascienda la mera política social y entronque con el empleo, la vivienda e incluso con el medio rural, en el caso de Ourense y Lugo, provincias hoy semivacías y con una perspectiva descorazonadora.

Una estrategia que huya de la burocracia como de la peste. Que no se convierta en papeles y trámites engorrosos (aunque sean digitales). Que se sustancie en una docena de medidas de verdadero impacto, no en un centenar de efecto nulo. Una estrategia que ponga el foco en una meta, pero, lo más importante, que tenga un punto de partida. Una estrategia que tenga a alguien al frente, un referente, un gran coordinador, alguien que se haga responsable.

Porque lo que ha habido hasta ahora, además de absolutamente ineficaz (los datos hablan por sí solos), es una nebulosa, una suerte de colmena de departamentos y competencias en la que da la sensación de que en el despacho A no se tiene ni idea de lo que están haciendo en el despacho B, cuando los dos, en teoría, deberían estar trabajando en lo mismo.

Si de verdad Galicia aspira a que el desplome demográfico no se convierta finalmente en un problema indecidible. Si de verdad se quiere buscar una solución, lo primero que nuestros gobernantes deben hacer, siguiendo la teórica matemática, es definir el problema correctamente, identificarlo bien, pensar en las posibles soluciones, concretar estas soluciones en un plan y ponerlas en práctica. ¿A qué estamos esperando?