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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La volatilidad

Está comprobado que, ahora mismo y probablemente en adelante, además del color del cristal con que se mira, para saber si algo es verdad o mentira habrá que echar mano de las versiones que se emplean para definirlo. Y de quien lo haga, porque no sólo pueden cambiar las descripciones, sino también las calificaciones: así, por ejemplo, ocurre cuando un dirigente sindical afirma que una determinada situación es “intolerable”. Puede suceder que la misma, un cierto tiempo después, pase a ser “volátil, lo que obliga en consecuencia a no nacer un drama de lo que es ya de por sí dramático”. Eso lo afirmaba hace apenas unas horas el secretario general de la Unión General de Trabajadores.

Está en su derecho, tras conocer los resultados –malos– relativos al empleo en el trimestre pasado, oficializados y difundidos por la EPA, Encuesta de Población Activa. Probablemente, el responsable de la central sindical socialista da su opinión, además de por la benéfica intención de no aumentar el problema de los trabajadores, para que respire al Gobierno al que apoya, aunque la ministra del ramo sea, por ahora, de Podemos y esté buscando refugio en otras siglas, nuevas o antiguas. Es posible que esa volatilidad en este y otros responsables de centrales supuestamente mayoritarias sea lo que hace crecer rápidamente el escepticismo de la masa laboral por cuenta ajena.

Se especifica la condición laboral porque los que trabajan por cuenta propia son los grandes olvidados por la izquierda, quizá por considerarlos “patronos”, y confían cada vez menos –o nada– desde hace mucho tiempo en la mayoría de esos “representantes” elegidos cada vez por menos militantes. Acaso por las contradicciones entre lo que dicen y lo que hacen: cinco años atrás, cifras como las de la EPA –con aumento de decenas de miles de parados, elevadas proporciones de paro entre las mujeres y los jóvenes–, habrían llevado a las centrales sindicales a la movilización. Y no se habría hablado de “volatilidad”.

Tampoco, en aquel entonces, se habría acusado a la oposición de “dramatizar”, si no al Gobierno que, no por casualidad, era de otro color. Cierto que entonces no había agresión rusa en Ucrania, ni pandemia, pero los datos son ya endémicos en la economía española, con la diferencia de que entonces los sindicatos movilizaban a sus bases y, ahora, no. Y esa diferencia se nota a la legua no sólo por el color del cristal con que contemplan el panorama, o las variables en el modo de describirlo, sino por los “estimulantes” recursos públicos que se dedican a respaldarlos en defensa –ahora– “del interés general”. Lo mismo que se hace con la patronal, y también con visibles –y tangibles– efectos.

No se trata, en ningún momento, de endosar a sindicatos o patronal –a pesar de que sus desacuerdos generan inquietud, y la inquietud deviene en más paro y, por tanto, mayores problemas– la responsabilidad de la situación. Tampoco la tiene al cien por cien el Gobierno, al que en todo caso sí se le puede suponer el mismo problema visual que al de Zapatero, que se negaba a ver la crisis anunciada. Ahora, los ministros del señor Sánchez insisten en que la economía va “bien dentro de las circunstancias” el día en que se supo que el PIB nacional ha crecido menos de medio punto y los especialistas, casi por unanimidad, mantienen que los Presupuestos de 2023 son papel mojado aunque se “escondan” los grandes ingresos por impuestos, que se esperan como el bálsamo de Fierabrás. El resumen está claro: es lo que hay. De momento.

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