El otro día desalojaron al expresidente de China Hu Jintao de la clausura del Congreso del Partido Comunista.
–Usted siempre dando noticias frescas.
He tardado tanto en escribir sobre el asunto porque me estaba reponiendo. Nadie dice dónde se lo llevaron, qué hicieron con él. Por Dios, qué angustia, nadie me aclara el enigma. Las noticias al respecto siempre acaban con que se lo llevaron, pero no dan más datos al respecto. Lo suyo sería haberlo metido en un taxi; si tú te desvías de la ortodoxia yo te meto en un taxi. En un taxi o Uber, como cuando sacamos piripi a un amigote de un bar. Pero vaya usted a saber si lo llevaron a una cárcel, a un campo de concentración o, lo que es peor, a otra sala del congreso donde un orador de rango menor también estuviera dando la brasa con la emancipación del proletariado. Y la gente mirando el móvil. Para no pocos, también es una condena que te lleven a tu casa.
El mundo es ya una gigantesca retransmisión, una cámara global, que todo lo ve. Incluida una purga. Antes, las purgas se negaban. Ahora se emiten en directo. Qué papelón el del bedel, menestral, subalterno o prometedor militante que lo coge del brazo, que sí, que salga, que se tiene que ir. Y el mandatario actual, a su lado, impasible. Eso sí que es impasible el ademán.
Me imagino a Hu Jintao humillado, blasfemando, jurando en mandarín y ciscándose en sus sucesores. Puedes gobernar durante décadas y pasar a la historia por unos segundos de televisión. Claro. También puedes estar toda la vida en televisión y no pasar a la historia.
Hu Jintao parecía noqueado, tal vez embriagado de modernización del materialismo histórico, enfermo de lucha de clases, averiado de modernidad, equivocado, ajusticiado o simplemente rodeado de traidores.
Cuántos miles de hombres, superpoderosos otrora, estarán ahora en asilos tomando una sopita caliente antes de que los metan en la cama. Resistiéndose. Ignoro si verán los informativos.