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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Diversión antes del apocalipsis

Quizá los más aprensivos se hayan puesto a redactar testamento después de que el presidente Joe Biden advirtiera, ‘urbi et orbi’, de que el apocalipsis nuclear está más cerca que nunca. La precaución carece de sentido alguno, dado que no quedará nadie en la Tierra para heredar después de una guerra atómica.

Biden dispone de una copiosísima información facilitada por las tropecientas agencias de espionaje y de seguridad nacional que existen en Estados Unidos; así que habrá que hacerle caso.

Si tal aviso lanza el informado jefe del imperio, no queda sino pasar lo mejor posible las semanas o meses que nos resten antes de que empiecen a volar los misiles.

Salvo que sus topos en el Kremlin le estén tomando el pelo, alguna información ha de tener el presidente americano para sembrar la alarma de manera tan directa. Se trata en todo caso de un anuncio puramente prescindible, si se tiene en cuenta que, de producirse, no habría manera de parar ese apocalipsis en puertas.

Contra el espectro más bien espantable de un conflicto atómico nació la teoría de la Destrucción Mutua Asegurada (o MAD –loco– por sus siglas en inglés). Se basaba en el principio de disuasión que, paradójicamente, evitaría un choque entre Estados armados de megatones hasta las trancas, al darse por hecho que el enemigo respondería con las mismas armas a quien atacase primero.

“Biden, el principal contrincante de Putin, da por hecho que este habla en serio y más vale prepararse para la guerra del fin del mundo”

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El miedo a la aniquilación de toda forma de vida en el planeta habría de sujetar, según ese manual, los impulsos homicidas de cualquier gobernante, por muy loco o ‘mad’ que estuviese. Hay que admitir que el sistema funcionó razonablemente bien durante el largo pulso de decenios que sostuvieron los USA y la URSS.

Hasta ahora, solo el obeso Kim Jong-Un desafiaba –y desafía– desde Corea del Norte a los teóricos de la MAD. Nadie tomaba demasiado en serio al chaval hasta que Vladimir Putin decidió añadirse a la pandilla. Palabras mayores. El ruso no gasta la misma fama de trastornado que su colega norcoreano; y, sin embargo, hace ya varios meses que amenaza con emplear toda su munición atómica, que es mucha, si los ucranianos y la OTAN insisten en llevarle la contraria.

El exagente de la KGB al mando insistió en que no iba de farol en esta azarosa partida de póquer. Ahora es su principal contrincante, Joe Biden, el que da por hecho que Putin habla en serio y más vale prepararse para la guerra del fin del mundo. Lo malo es que no hay preparación posible ante el Armagedón, salvo rezar en el caso de los creyentes o entregarse a los últimos placeres en el de los demás.

Son dos modos diferentes de enfrentarse a lo inevitable. Ignacio de Loyola, por ejemplo, aconsejaba no hacer mudanza en tiempos de tribulación; pero otras gentes menos pías que el jesuita inventaron el lema: “Fornicad, fornicad, que el mundo se acaba” como método para hacer más llevadera la espera del apocalipsis.

Durante la pasada recesión del año 2008, las parejas temerosas de la ruina solían agotar las reservas en los moteles y hoteles de lujo para darse un homenaje antes de la quiebra. No hay noticia de que ahora esté ocurriendo lo mismo tras la aciaga advertencia de Joe Biden sobre el fin de los tiempos. Será que ya no nos creemos nada de lo que digan los mandamases.

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