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Luis Sánchez Merlo

Surovikin

La guerra sin restricciones

Las últimas derrotas rusas en el este de Ucrania y la explosión en el puente de Crimea han provocado la ira del Kremlin, que ha respondido con sendas matanzas en varias ciudades.

Encolerizado por el desarrollo de las operaciones Putin no espera siquiera a que la ofensiva termine para proceder al relevo de sus generales. Los que sustituyen a los caídos en desgracia parecen tener un rasgo común: se han distinguido por su crueldad en batallas pasadas (Siria, Chechenia, Mariupol, Bucha, etc.)

A este estado anímico responde el nombramiento del general Serguei Surovikin (Siberia, 56 años), militar de carrera, como nuevo comandante en jefe de las fuerzas convencionales rusas en Ucrania y el mando de los submarinos de la Flota del Mar Negro y los bombarderos de largo alcance.

En respuesta a la contraofensiva de Kiev, avanzando en las cuatro regiones que Putin dice haber “anexionado”, lo que ha acarreado una retirada, imprevista y caótica, del Ejército ruso, la designación se produjo el mismo día en que sufrió una humillación formidable, después de que un estallido en el puente de Kerch –línea de suministro logístico clave– hundiera un tramo de la autopista en el estrecho de Kerch y provocara un gran incendio en la vía férrea.

"Serguei Surovikin (Siberia, 56 años), militar de carrera, es el nuevo comandante en jefe de las fuerzas convencionales rusas en Ucrania y el mando de los submarinos de la Flota del Mar Negro y los bombarderos de largo alcance"

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La elección ha sido bien acogida por los partidarios de una línea más dura, y elogiada por los aliados clave de Putin: el líder checheno Kadyrov y el fundador del grupo mercenario Wagner, Prigozhin, conocido como “chef de Putin”, que hizo un raro respaldo público: “es el comandante más capaz del ejército ruso”.

Este nombramiento podría ser un intento de sofocar lo que ya es un evidente y creciente malestar en la sociedad rusa y de acabar con las críticas de quienes se quejan de administrar mal la guerra en Ucrania y de no utilizar tácticas duras para someter al Gobierno de Kiev.

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El estreno de Surovikin, celebrado en las redes sociales prosoviéticas –”¡Qué bonita es Kiev bajo Surovikin!”– no se hizo esperar, con un asalto aéreo contra la población civil y las infraestructuras críticas. Ataques con misiles que afectaron al menos a 10 ciudades de Ucrania.

Exjefe de las Fuerzas Aeroespaciales rusas, había sido nombrado este verano jefe de la agrupación militar del sur, en sustitución del general de las fuerzas terrestres rusas, Alexander Dvornikov, que duró siete semanas antes de ser destituido.

En 1991, Surovikin participó en el intento de golpe de Estado contra Gorbachov, con el resultado de tres muertos, lo que le costó seis meses en prisión, al ordenar asaltar una barricada erigida por los manifestantes –a favor de la democracia– que se oponían a la asonada. Resulta simbólico que esté ahora a cargo de un inútil esfuerzo por restaurar la Unión Soviética.

Con larga experiencia en guerras complejas, luchó en Afganistán y en Chechenia (2004-2005 y 2017) donde practicó la política de tierra quemada de las fuerzas armadas rusas, es decir, el uso de la aviación y la artillería para arrasar entornos urbanos en los que se refugiaba el enemigo.

“No se puede endosar toda la culpa a generales incapaces. Los soldados rusos saben que esta es una guerra infundada e innecesaria”

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Dirigió las fuerzas rusas en la guerra de Siria –2017 y 2019– donde fue acusado de utilizar tácticas “controvertidas”, que incluían bombardeos indiscriminados contra combatientes opositores. Atacar objetivos civiles parece ser la especialidad de este responsable de crímenes de guerra, que hizo bombardear hospitales en la provincia de Idlib, a sabiendas de que allí había niños.

Las fechas coinciden con la destrucción, por la aviación rusa, de Alepo, la ciudad más poblada de Siria (4,6 millones), la utilización de armas químicas en Guta y los ataques indiscriminados contra la región de Idlib. Por los servicios prestados, en 2017, Putin le concedió la medalla de Héroe de Rusia, la más alta distinción del país.

El día antes de la invasión de Ucrania, fue incluido en una lista de sanciones de la Unión Europea, por ser “responsable de apoyar y aplicar activamente acciones y políticas que socavan y amenazan la integridad territorial, la soberanía y la independencia, así como la estabilidad o la seguridad en Ucrania”.

Ascendido a comandante en jefe de la Fuerza Aérea rusa, tras largas batallas y miles de bajas, logró capturar la ciudad de Severodonetsk, un bastión industrial en el Donbás.

Con fama de despiadado, sin escrúpulos y una actitud implacable con el enemigo –para él, los combatientes y los civiles son lo mismo– habría sido el autor de los bombardeos contra Odesa, otra de las joyas, el pasado junio.

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Un elevado número de generales rusos –fuentes ucranianas cifran en 14– habrían muerto en combate durante la invasión de Ucrania. De ser cierto, la magnitud de estas pérdidas –atribuidas al desplazamiento sobre el terreno para resolver “dificultades de mando y control”, el “vacilante rendimiento ruso en el frente” y la inseguridad de las comunicaciones de las fuerzas rusas– no tiene precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Lo que evidencia graves errores estratégicos en la planificación de la guerra y la disfuncionalidad de la cadena de mando.

Según el New York Times, la inteligencia estadounidense habría proporcionado información en tiempo real para ayudar a los militares ucranianos a atacar a los generales rusos.

¿Hay una razón por la que tantos generales hayan resultado ser objetivos fáciles, siendo asesinados? Los analistas del Instituto de Seguridad y Estrategia de Jerusalén consideran que el número evidencia la baja moral de las fuerzas rusas y la lentitud del avance que obligó a los oficiales de alto rango a asumir riesgos en un esfuerzo por alcanzar los objetivos militares marcados por el Kremlin.

Esta guerra ha mostrado al mundo que, aunque Putin tiene una artillería sólida y un poder aéreo mediocre, sus soldados y tanquistas no están a la altura del mito –el poderoso ejército ruso– que se está haciendo añicos en Ucrania.

Pero más allá de las deficiencias de mando y de la falta de informes precisos sobre el estado real de la operación militar especial, desde una perspectiva militar estadounidense, el ejército ruso nunca ha sido una buena fuerza de combate, ya que su defectuosa estructura está configurada para ser una fuerza defensiva, no ofensiva.

Las tácticas militares rusas –en plena exhibición en Ucrania– se han centrado, sobre todo, en lanzar oleadas de soldados contra el enemigo y durar más que éste, sin importar cuántos rusos mueran.

Quizás también habría que añadir la práctica rusa de no tener suboficiales. En 2012 se puso en marcha un plan para formarlos, por primera vez, pero –junto con las otras reformas que Putin intentó introducir– los militares se resistieron y nada cambió.

En la Segunda Guerra Mundial, las pérdidas rusas –civiles y militares– fueron enormes, probablemente agravadas por la imprudente purga de Stalin en todas las ramas del ejército.

El aislamiento de Putin de la realidad se ha traducido en un paulatino desmoronamiento de la jerarquía militar. Cuando empiezas a despedir a tus mandos militares, les pones sobre aviso. Si pierdes una batalla porque tienes un general incompetente, debes despedirlo, pero si vas despidiendo uno tras otro el problema es del comandante en jefe.

No se puede endosar toda la culpa a generales incapaces. Los soldados rusos saben que esta es una guerra infundada, iniciada por unos pocos. Simple y llanamente, innecesaria. De ahí la ineficacia, al estar sus tropas mal entrenadas, y, lo que es más importante, carecer de moral para luchar por una causa que no entienden.

Que los rusos nombren a un nuevo comandante militar, con un historial plagado de acusaciones de corrupción y brutalidad es como si el Titanic nombra un nuevo capitán justo antes de que se vea el iceberg. Ya han chocado con el iceberg pero nadie quiere bajar.

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