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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

No hay vacuna contra la ideología

Este verano ha muerto más gente en Estados Unidos por COVID que por accidentes de tráfico, por la gripe o a causa de los tiroteos, que allá en tierras del rancho grande suelen añadir muchos cadáveres a la estadística. Lo curioso, o no tanto, es que las defunciones producidas por el SARS-COV-2 se acumulan mayormente en Estados con predominio del voto al Partido Republicano, en el que abunda la gente reacia a vacunarse.

También aquí en España hay gente que desconfía de la función profiláctica de las vacunas e incluso les atribuye letales efectos secundarios. Suelen militar en la extrema derecha, aunque de todo hay en la viña del magufo. (“Magufo” es un neologismo procedente de la fusión de “mago” y “ufo”, sigla por la que se conoce en el mundo anglosajón a los ovnis. Su equivalente en el diccionario de la Academia sería “seudocientífico”).

Magias aparte, la ideología puede ser un importante factor de riesgo. Los americanos, que hacen estadísticas para casi todo, llegaron a la conclusión de que los territorios de mayoría conservadora –que allí llaman, paradójicamente, republicana– sufrieron tasas de mortalidad significativamente más altas que los de filiación demócrata, o progresista.

Tal diferencia ha de guardar, por fuerza, alguna relación con el hecho de que el porcentaje de vacunación en las demarcaciones que votaron por Joe Biden alcanzase el 81 por ciento, frente al 60 de las que optaron por Donald Trump. Nada de lo que extrañarse. El anterior presidente y su partido toleraron –e impulsaron en ocasiones– la idea de que las vacunas atentaban contra la libertad personal de los ciudadanos, además de producir supuestos daños colaterales a la salud.

No es cosa nueva la fobia a la vacunación, aunque tal manía debiera estar superada ya a estas alturas. La propia palabra procede de la vacuna contra la viruela que el inglés Edward Jenner extrajo de material viral de las vacas infectadas. Corrieron entonces muchos chistes fáciles a propósito de los cuernos que inevitablemente les saldrían en la cabeza a los inoculados.

Curiosamente, tuvo que ser un tipo con fama de alocado como Napoleón el que disipase cualquier duda al ordenar, por sugerencia de Jenner, la vacunación manu militari de sus tropas. Tres años antes que el corso, la Corte española había patrocinado ya una quijotesca empresa –la expedición Balmis– que llevó la vacuna a sus colonias de América, a Filipinas y hasta a Macao, en la remota China. El propio Jenner calificó la iniciativa de España como el más noble ejemplo de filantropía que registran los anales de la Historia.

Como tendemos a no aprender nada del pasado, más de un 50 por ciento de los españoles confesaban a los encuestadores hace dos años que, en principio, no eran partidarios de probar la vacuna contra el COVID-19, por si las moscas. Felizmente, esa aprensión no tardó en disiparse, hasta el punto de que España figure hoy entre los países con más alta tasa de vacunación en el mundo.

Inasequibles a la razón, los militantes contra las vacunas siguen a lo suyo, sobre todo en Norteamérica. También por aquí quedan algunos, por motivos más ideológicos que científicos. La ideología puede ser tan letal como los virus.

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