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Ignacio Arroyo Martínez

A propósito de solo pompas

Algunos articulistas han escrito, en algunos medios de ámbito nacional, sobre el funeral de Isabel II, destacando, exclusiva o principalmente, el boato y las pompas del servicio religioso, como si se tratara de un acontecimiento artístico o deportivo de relevancia mundial.

Ciertamente existe una evidente dimensión lúdica ligada a su consideración como espectáculo, que los medios han subrayado con sus comentarios.

Sin embargo, sin negar esa dimensión, el excesivo afán lúdico y mercantilista ha tapado el verdadero significado del funeral: cantar las virtudes del difunto y ayudarle en su paso a la eternidad.

Aceptada esa afirmación, me parecen criticables dos aspectos importantes en que han incurrido algunos medios.

El primero es pretender reducir la importante dimensión religiosa del ser humano a la categoría de espectáculo de masas. Creo que se equivocan quienes trivializan el fenómeno religioso, ancestral y universal, a un rito, de bodas y funerales, o incluso a una mera liturgia, por mucha pompa que tenga.

La religión es la relación o religación del ser humano con Dios. Nada más y nada menos.

"El excesivo afán lúdico y mercantilista tapó el verdadero significado del funeral de Isabel II"

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Todo lo demás: liturgias, ritos, mandamientos, credos, doctrinas, preceptos, ministros y ministras, sacerdotes, monjes, religiosos y devotos, catedrales, basílicas, templos, capillas, oratorios, púlpitos, confesionarios, centros de peregrinación, altares, pinturas, frescos e imágenes, hábitos, sotanas y casullas, aguas benditas y purificadoras, preces y rezos, novenas, salmos y cánticos, músicas sacras, órganos y trompetas, limosnas, evangelios, libros, estampas y folletos, reliquias y crucifijos, por citar algunos instrumentos comunes y conocidos, no son sino eso, medios o instrumentos para acercarse a la divinidad.

Pero se puede ser profundamente religioso y prescindir de todos ellos. Ahí está la razón última del fenómeno: el ser humano creyente puede relacionarse directamente con su Dios. Y esto merece todo el respeto y consideración. La trascendencia es una dimensión, paradójicamente, profundamente humana. El hombre puede elevarse hasta el infinito y hablar, eso cree, directamente con Dios.

El segundo error, a mi juicio, es minusvalorar, al convertir la pompa, el glamur, en algo criticable, como si solo fuera mera crónica social. Cuando el rito, la forma, eso que se llama el saber hacer, el saber comportarse, es fundamental. El rito, que no es sino forma estética controlada, es un activo que facilita la convivencia e incluso ciertas dosis de felicidad en el ser humano.

¿Se imaginan, esos articulistas, Hollywood sin alfombra roja, y las estrellas deslavazadas, sin peinarse y sin vestidos escotados? O incluso, entrando en su terreno, ¿sus artículos escritos con tachaduras, borrones y letra ilegible?

Yo no he visto el funeral de Isabel II pero deseo que los doce o doscientos millones que lo hayan visto disfrutasen de lo lindo, gracias a la solemnidad y a la pompa, que la BBC vendió al mejor precio a las televisiones del mundo entero.

*Catedrático de Universidad

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