En La montaña mágica de Thomas Mann (1875-1955), una de las obras cumbre de la literatura universal, Hans Castorp, protagonista de la historia, es un recién titulado en Ingeniería Naval que está a punto de comenzar su vida profesional en unos astilleros de Hamburgo. Decide subir a la montaña para visitar a su primo, convaleciente en un sanatorio para enfermedades respiratorias. Allí conoce a Settembrini, un sabio que le insta a que se ponga a trabajar en su profesión, porque el Ingeniero Naval es “el representante de todo un mundo: el del trabajo y el genio práctico, y debe ejercer su profesión, tan importante, práctica y útil de cara al progreso de la sociedad”.

Este año celebramos el 250 aniversario de la creación de los estudios reglados de Ingeniería Naval en España (1772), siendo por ello la que más abolengo tiene dentro los estudios de ingeniería. Y han sido muchas las vicisitudes que han ocurrido desde entonces, con momentos buenos, y menos amables, pero siempre, como decía Settembrini, al servicio la sociedad.

El origen de la formación naval se encuentra indudablemente en los astilleros. A él acudían los aprendices, que bajo la tutela del maestro recibían la formación para desarrollar el oficio. Este sistema de enseñanza perduró en Inglaterra debido a que los buques militares eran construidos en astilleros privados. Algo que no ocurrió en países como España o Francia, en la que la construcción naval militar quedó a cargo del gobierno con la aparición de los arsenales. Como ejemplo de la formación que se realizaba en los astilleros merece la pena rescatar la figura de Mary Lacy (1740-1801). Está mujer, huyó de casa en 1759 para embarcarse como sirviente en un buque inglés, para lo cual tomó el nombre de William Chandler. Tras cuatro años en embarcada, accedió a un puesto de aprendiz en Portsmouth, cuya formación terminó tras siete años.

El término de Estudios podría empezar a considerarse con la aparición de la estandarización u homogeneización de la enseñanza de la construcción naval. Entre las iniciativas para sacar esta formación de los arsenales cabe destacar el trabajo de Duhamel du Monceau (1700-1782), que en 1741 funda en París una escuela de marina para formar a un grupo selecto de constructores navales.

El origen de la enseñanza superior reglada de la Ingeniería Naval en España se remonta al año 1772 durante el reinado de Carlos III (1716-1788), cuando se crea la Academia de Ingenieros de Marina con sede en Ferrol. La aparición de esta institución no hubiese sido posible sin la creación, dos años antes, del Cuerpo de Ingenieros de Marina gracias a personalidades de la talla de Francisco Gautier (1733-1800).

Es la Asociación de Ingenieros Navales con su primer presidente a la cabeza, Miguel Rechea (1856-1933), la que influye decisivamente sobre el gobierno de la Segunda República para crear la Escuela Especial de Ingenieros Navales en 1933, dependiente ya del Ministerio de Instrucción Pública.

Esta Escuela tuvo, en sus primeros años, una sede itinerante que se fue moviendo por varias ubicaciones en Madrid. Esta situación errante se mantuvo hasta 1948, año en la que la sede se establece en Moncloa, y que más tarde fue rebautizada como Escuela Técnica Superior de Ingenieros Navales. A esta ubicación se le unió Ferrol en 1982, tras la cual siguieron otras, como la Escuela de Ingenieros Navales y Oceánicos de Cartagena, la Facultad de Náutica de Barcelona o la Escuela de Ingenieros Navales y Oceánicos de Cádiz.

Estos estudios han permanecido bajo el control del Ministerio de Educación excepto la Escuela de Ingenieros de Armas Navales fundada en 1943. Esta institución ofrece actualmente formación para el Cuerpo de Ingenieros de la Armada Española, y otros cursos avanzados.

Guillermo de Ockham (1298-1350), teólogo inglés, decía que la prueba irrefutable de que Dios existía era que los barcos flotaban. Sin entrar en dilemas filosóficos, queda constatado que durante siglos la construcción naval era una ciencia, o grupo de tecnologías, reservadas a unos pocos que guardaban celosamente su conocimiento. El desarrollo de la ciencia durante el siglo XVIII dio lugar a una nueva manera de relacionarnos con el mundo y de entender la educación.

Muchas han sido las personas que han trabajado, tal y como describía Thomas Mann, para ejercer una profesión tan importante. Y muchas serán, las que en años venideros nos lleven a cotas aún no imaginadas.