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Julio Picatoste

Poncio Pilatos, Jesús de Nazaret y la verdad (y II)

Vamos a seguir el texto escrito por Juan, el cuarto evangelista, con los contenidos que han llegado hasta nosotros, sean o no veraces. El encuentro entre Jesús y Poncio Pilatos tuvo lugar en el pretorio, situado en el palacio de Herodes que servía de alojamiento al prefecto. El diálogo entre ambos me ha parecido siempre especialmente sugestivo. Por de pronto, el prefecto romano está sorprendido porque el hombre que tiene ante él no parece el agitador de masas que los príncipes de los sacerdotes le dicen, no acaba de ver en él al sedicioso que le han anunciado. Es un hombre de aspecto sereno, aunque abatido; cuando habla lo hace con aplomo y seguridad, mirando fijamente a los ojos. En ocasiones no responde, atrevimiento de Jesús que asombra y enoja al propio Pilatos.

Jesús estorbaba a los detentadores del dogma judío; por eso quisieron acabar con él. Pero, para ello, y ya que los sumos sacerdotes no podían condenar a muerte –no tenían el ius gladi, el derecho de espada, exclusivo del prefecto romano– lo condujeron ante Pilatos con una acusación a la que este sí podía ser sensible: sedición, pues se proclama rey de los judíos; de ese modo, le enfrentan a Roma presentándole como disputador de su soberanía sobre la provincia judía. Advierten al prefecto que el emperador Tiberio no vería con buenos ojos que liberase a quien, en definitiva, estaba contra Roma.

El diálogo entre Jesús y Pilatos está destinado al fracaso, no hay entendimiento posible; vienen de dos culturas harto diversas, viven en dos círculos excéntricos y alejados entre sí. Cuando Jesús le dice que su reino no es de este mundo, Pilatos no puede admitir ni entender las dos dimensiones implícitas en esa aseveración. Tal vez pensaría el romano: pero ¿qué me dice este hombre? Serían supercherías de aquel pueblo inculto, religiosamente fanático, de luchas religiosas intestinas, carente del refinamiento de Roma, un imperio que representaba entonces la civilización y la cultura.

En el curso del interrogatorio, después de que Jesús dijera que él había venido para dar testimonio de la verdad, el procurador romano – “enredado en su escepticismo racionalista de cuño grecorromano”, como dice Antonio Piñero–, le interpela: ¿Y qué es la verdad? Pregunta que, por su calado, de resonancias filosóficas, sorprende en el hombre rudo, militar y político que era aquel gobernador de Judea. ¿Acaso había tenido una formación helenista? ¿Habría debatido en Roma acerca de la verdad con hombres cultivados?

Es posible que, como dice Ann Wroe, el evangelista hubiera querido hacer de Pilatos y Jesús dos símbolos enfrentados; Pilatos es todos los hombres haciendo frente a la verdad para terminar por rechazarla.

Obviamente es una pregunta que no corresponde al interrogatorio de un acusado. ¿Qué es la verdad? Jesús ya no responde o, al menos, el evangelista no recoge su respuesta. Puestos a interpretar el silencio de Jesús, pueden aventurarse diversas razones: a) Jesús guarda silencio, porque, desde la perspectiva de los evangelistas, Poncio Pilatos estaba ante la verdad misma; b) no era el momento de entrar en disquisiciones filosóficas; no estaban allí para eso; Jesús se estaba jugando la vida; c) Poncio Pilatos no esperaba una respuesta; simplemente cierra el interrogatorio con una pregunta lanzada al aire en tono exclamativo y de sentido meramente retórico. Abona esta interpretación el propio texto del evangelio, según el cual, dichas aquellas palabras, sin esperar respuesta, abandona el pretorio para dirigirse a los judíos y decirles que no encontraba en Jesús delito alguno. Además, en ese momento, Pilatos estaba ya más atento a salvar su cargo que a la justicia y la verdad. Era, al cabo, un político y, como tal, se sentía vulnerable a sus superiores en Roma; en su ánimo pesaba lo conveniente a su carrera y la idea de no contrariar a la opinión pública.

En cualquier caso, y siguiendo el texto de Juan, la conversación se interrumpe abruptamente. Jesús acababa de exponerle a Pilatos la esencia de su predicación, el germen del cristianismo. Poncio Pilatos, que no le entiende, replica con la duda filosófica acerca de la verdad.

Es posible que la versión del evangelista Juan, al dejar la pregunta del gobernador de Judea sin respuesta, alcance mayor eficacia dramática. El evangelio apócrifo de Nicodemo (los Acta Pilati) da continuidad al diálogo. A la pregunta de Pilatos –¿qué es la verdad?–, contestará Jesús: “La verdad viene del cielo”. El prefecto pregunta de nuevo: “¿No hay, pues, verdad sobre esta tierra?” A lo que Jesús responde: “Mira como los que dicen la verdad en la tierra son juzgados por los que tienen poder”. Si estas palabras hubieran sido realmente pronunciadas por el nazareno, sin duda alguna constituirían una sabia y formidable profecía.

A partir de este momento, todo se precipita, Pilatos ya no controla el proceso, el griterío de la multitud le sobrecoge el ánimo; empujado al fin por aquel alboroto oscuro y homicida que pide la condena a muerte, cede y entrega al nazareno para ser crucificado.

¿A qué venía la pregunta de Pilatos, si, en el fondo, a nadie interesaba la verdad?

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