Con la llegada de la odiosa pandemia del COVID-19, es cierto que los hábitos de las personas han cambiado, porque ante el ataque del maldito coronavirus, entró una especie de psicosis, que todo el mundo, quiere estar al aire libre, quizás pensando que es mucho más difícil cogerlo al aire libre, que en un local cerrado o en la propia vivienda. Sea como fuere, lo cierto es que hemos tomado la costumbre de sentarnos al aire libre para tomar una caña o un café. Por tal motivo los marinenses en masa, nos plantamos en las terrazas, qué, dicho sea de paso, aumentaron enormemente de volumen y superficie, de tal manera, que, en nuestra villa, alcanzan desde el Mercado, hasta la Rueda, prácticamente sin solución de continuidad. Y así pasamos tres años sentados en una terraza al aire libre, en precarias condiciones, sobre todo en el largo invierno.

Este fenómeno humano, dio en llamársele el “terraceo”, que se impuso como si fuera de toda la vida, y es así, que todavía persiste entre nosotros. Y si el “terraceo”, que parece llego para quedarse; se hace imprescindible llegar a un acuerdo, entre el ayuntamiento y los hosteleros, para que cambien las sombrillas, que son propiamente para el sol, y no para el agua, porque en invierno son inservibles, como hemos podido comprobar hace unos días, que hacen imposible estar en ellas, porque el agua cae por todas partes, mojando a las personas y todo el mobiliario, porque se filtra por la lona y cae a chorro por los bordes, mojándolo todo, y es imposible permanecer en ellas.

Parece imprescindible acordar unos toldos, para que puedan cubrir todo el espacio que le corresponde a cada local. Por supuesto, y bien entendido, que se limiten esos espacios, lo necesario para que pase una ambulancia, una barredora, e incluso los peatones, que en algún caso apenas se puede transitar; para que el espacio que le corresponda, este bien cubierto, donde se pueda estar debajo, sin que nos mojemos, y que puedan adornar y poner luces, por ejemplo, para que sea más confortable. Es una necesidad sentida por la mayoría de los marinenses, y que entendemos, se puede y debe atender porque es lógico y razonable, y a nadie perjudica. Ahora la palabra la tiene el municipio y los hosteleros. Que haya acuerdo, y cuanto antes, los marinenses lo celebraremos tomando un café o una caña, sin miedo a la lluvia.