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Juan José Millás.

Clases sociales

Me gusta la carne, pero pienso que su consumo no deja de ser canibalismo

Estoy en el súper, frente al lineal de la carne. Hay más carnes de las que caben en mi imaginación, todas debidamente envasadas en bandejas de plástico o de cartón y protegidas con un papel film que las pone a salvo de nuestros estornudos. Me paseo de un lado a otro del lineal con el pensamiento de que todas aquellas carnes, siendo distintas, son la misma. El pollo, la vaca, la oveja, la gallina, el cerdo…, todos esos animales están hechos de grasa y músculo, igual que usted y que yo. Es más, si en uno de esos envases figurara una pieza de un ser humano, no la distinguiríamos. ¿Cómo distinguir un solomillo de buey de un solomillo de nuestro vecino?

"El capitalismo, en su práctica más extrema, que es la que nos ha tocado vivir, constituye una forma de autodevoración de la especie"

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Me gusta la carne, pero pienso que su consumo no deja de ser una forma de canibalismo atenuado. El canibalismo fue, en tiempos, una práctica habitual entre los seres humanos. La cultura nos fue alejando de esa costumbre del mismo modo que podía haberla consagrado. Lo que se ingiere, por ejemplo, en la comunión es el cuerpo y la sangre de Cristo, y no de forma simbólica, sino literal. Una vez consagrados, el vino y la hostia se transforman en un cuerpo genuino. Tal es lo que dice la Iglesia al menos. De ahí que sólo puedan ser manipulados por personas autorizadas. De ahí también que la eucaristía sea un sacramento y un misterio.

Hay otra forma de canibalismo, este sí de carácter simbólico, y es el que practicamos, creo yo, frente a esta oferta brutal de carnes entre las que no sé cuál elegir. El capitalismo, en su práctica más extrema, que es la que nos ha tocado vivir, constituye una forma de autodevoración de la especie. Siento, al tomar una bandeja de pollo, que estoy dándole un mordisco al que lo ha criado y que lo ha vendido por una cantidad ridícula, comparada con el precio al que lo adquiero yo.

A lo largo de la cadena de distribución nos hemos ido devorándonos como bárbaros unos a otros. Por cierto, que hay dos clases de pechugas de pollo. El color de una es blanco, como si proviniera de un animal pálido, enfermo, y el de la otra, muy atractivo a la vista, es de un amarillo parecido al del maíz. La diferencia de calidad y precio entre una y otra es abismal, porque la primera es de un pollo obrero y la segunda de un pollo de clase media. También en el canibalismo hay clases.

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