Las ciudades gallegas desde siempre se han considerado integradas en el verde como algo connatural de sus características geográficas, paisajísticas y medioambientales y, en esa seguridad, poco o nada se ha hecho para obtener espacios verdes públicos o privados bien integrados. Vigo no ha sido ajena a esta situación. Se trata de una ciudad densa a la que se une un número importante de asentamientos rodeados de zona de labradío y exteriormente arbolados, lo que le otorga una gran variedad al tiempo que complejidad.

El municipio de Vigo se configura como una amplia cuenca bordeada de montes de mediana altura y una estrecha franja litoral de 20 km. de largo. Cuenta aproximadamente con 108 km2 y una población en torno a los 300.000 habitantes, de ellos, aproximadamente, el 30% viven fuera de la zona urbana de alta densidad, en un hábitat disperso formado por asentamientos o lugares habitualmente tradicionales en el que, en algunos casos, aparece un continuo urbano.

Estos lugares han ido creciendo en los últimos cincuenta años apoyados en una fina red de carreteras o caminos que han facilitado incluso la aparición de nuevos núcleos y permanecen vinculados a las parroquias con las que mantienen un sentido de pertenencia y de ahí, que se muestren como ámbitos de una gran cohesión social y supongan un relevante signo de identidad.

Esta forma de asentamiento da lugar a que la periferia, fruto del desarrollo histórico de Vigo, no sea como se entiende habitualmente con una connotación negativa, sino un agregado de parroquias que de manera fragmentaria, se han ido incorporando a la ciudad central. Los bordes no son tales, sino que poseen una permeabilidad que convierte a los espacios intersticiales en zonas de transición. Esta fragmentación, que podría suponer un problema de pérdida de biodiversidad, se convierte en oportunidad a través de la conexión del tejido de imagen más rural y los tejidos urbanos con los espacios naturales y permite pensar en la posibilidad de promover tanto espacios de vida atractivos y saludables como de productividad agrícola valiosa en varias vertientes. La actividad agrícola revaloriza el paisaje y mejora la calidad medioambiental, crea empleo y al tiempo ofrece productos de proximidad cada vez más demandados, tanto como argumento de sostenibilidad como de mejora de la calidad alimentaria y de vida.

A todo lo anterior se añade la pervivencia de los montes en mano común, que dan lugar a una inmensa masa forestal intocable, no siempre bien mantenida, pero en los que se han ido diseñando parques forestales de carácter público como signo de sensibilidad hacia la naturaleza.

En Vigo las zonas verdes o espacios públicos urbanos se han visto reducidas, en origen, a dos donaciones: el Monte del Castro y el Parque de Castrelos, a los que se unió la Alameda en el único espacio planificado en el S.XIX y la posterior Gran Vía como bulevar o conector verde en proceso de transformación en la actualidad, más con la intención de mejorar la movilidad que en reforzar esta función, dejando de lado la consideración de que el arbolado urbano es la columna vertebral de la infraestructura verde.

En el planeamiento reciente las zonas verdes se han ido diseñando como pequeños pulmones sin conexión alguna entre ellas en el espacio periférico y como entidades autónomas en los escasos espacios vacíos que se han ido ordenando en el interior de la ciudad compacta.

Ha llegado el momento de hablar en la ciudad de infraestructura verde y azul, entendida no solo cómo un elemento medioambiental sino también paisajístico.

A modo de ejemplo, la Senda del Agua ya existente y que avanza más allá del término municipal, con una visión más territorial. Corredores ecológicos de estas características son los que garantizan el funcionamiento de una infraestructura verde.

Lo que en origen nació como concepto de cinturón verde ha evolucionado a lo largo del tiempo, desde los proyectos de Olmsted para Boston a finales del siglo XIX, a la propuesta de Abercrombie en 1945 para Londres, hasta llegar a modelos como Vitoria reconocida como ciudad verde. Y así el planteamiento de la infraestructura verde como un espacio interconectado a través de corredores se considera hoy la base de un ecosistema que protege la biodiversidad, permite afrontar la crisis climática y favorece la sostenibilidad y la equidad social como un sistema de acceso para el conjunto de los ciudadanos a los espacios verdes próximos.

Se habla de espacios verdes diversos, no necesariamente de ocio sino también productivos, socialmente integradores como los huertos urbanos o como elementos paisajísticos de un alto valor cultural.

La Comisión Europea ya en 2013 definió la infraestructura verde como una forma inteligente e integrada de gestionar nuestro capital natural en sentido amplio, con beneficios medioambientales para la biodiversidad, sociales y de mitigación y adaptación al cambio climático. Se entiende como “una red estratégicamente planificada de zonas naturales o seminaturales, compuesta de diferentes elementos medioambientales de alta calidad con otros elementos de menor valor, diseñada y gestionada para procurar un amplio abanico de servicios ecosistémicos y proteger la biodiversidad tanto del espacio urbano como de los asentamientos rurales”. En ese sentido se pronuncia también la Agenda Urbana Española (AUE, 2019) y la Estrategia Nacional de Infraestructura Verde y de Conectividad y Restructuración Ecológica aprobada en el 2021.

Planificación

Se trataría en esta línea de instrumentar una estrategia de planificación para nuestras ciudades que pase de una infraestructura fragmentaria de espacios libres, a una correcta relación entre los tejidos habitados y los espacios abiertos. Lo que exige reconocer la capacidad estructurante de la infraestructura verde y azul concebida como una manera de integrar la ciudad con su soporte territorial biofísico dotando a los asentamientos de una connotación positiva, con el objetivo de priorizar la conservación activa frente al abandono actual de las amplias áreas tanto agrícolas como forestales que caracterizaban el asentamiento tradicional gallego.

Se estaría más en la línea de definir lo que sería un parque agrario en el que la naturaleza antropizada o no lo interpenetra y conexiona, incorporando la naturaleza y el medio ambiente en la planificación y la gestión urbana, más allá de la implementación de unas zonas verdes o espacios libres definidos normativamente.

No se pretende exponer aquí un proyecto ni hacer una propuesta de planificación sino plantear un enfoque que permita entender el territorio vigués como un espacio de oportunidad para consolidar una infraestructura ya preexistente, y crear una ciudad más saludable y amable. Existen como ya se ha indicado, elementos relevantes para ello, su corona de montes con un gran valor escenográfico, el sistema fluvial del Lagares como un continuo que unido al mar como red azul, permitirán generar corredores integrados, cuñas verdes que penetren recorriendo el espacio construido y le den permeabilidad.

Se da ahora la oportunidad de aprovechar el momento en que se está redactando un nuevo plan general, reconociendo que un sistema de espacios verdes no es una infraestructura verde y que ésta va más allá de los límites del municipio abarcando un territorio amplio y continuo.

*Arquitecta y urbanista