No serán pocos de ustedes los que se extrañen del título de este artículo, porque piensen que lo que tenía que haber en el Senado era un debate. Y realmente debería haber sido así, de no ser por cómo se desarrolló. Pero la precisión y el rigor con el que deben tratarse las noticias importantes obligan a cambiar en este caso la expresión debate por la de combate a la desesperada, que se ajusta más a lo que sucedió verdaderamente.

En efecto, las dos partes (el PSOE y el PP) habían convenido citarse en el Senado para discutir con sus opiniones diferentes sobre el estado actual de la Nación española. Pero desde la última quincena de agosto se detectó un cambio de estrategia en la dirección del PSOE que hacía sospechar que el encuentro no iba a ser para intercambiar opiniones diferentes, sino para otra cosa diferente.

Y es que, desde esa fecha, la consigna dada desde Moncloa estaba muy clara: había que deteriorar lo más posible la imagen exitosa y de hombre de estado de Feijóo. Porque las encuestas, desde que asumió la presidencia del PP, iban pronosticando un futuro éxito electoral de este partido, cada vez por mayor diferencia, así como un descalabro del PSOE. La estrategia monclovita consistió en salir en tromba a insultar a Feijóo con todo tipo de descalificaciones como llamarle, por ejemplo, veleta, cataviento y giraldillo o ignorante, cínico e inmaduro. Todo parecía anunciar, pues, que la atmósfera en la que iba a desarrollarse la confrontación se parecería más a la de un día con negros nubarrones que con cielo limpio y azul.

Siguiendo en su línea de los últimos tiempos, el presidente Sánchez enmarcó su actuación en la reiterada tesis de la conspiración: “No vamos a permitir que haya empresas o personas que se lucren con esta crisis. La voluntad popular está en el Congreso y en el Senado y no en unos cuantos cenáculos madrileños”. Cuando uno carece de argumentos para defender su postura recurre a los “enemigos ocultos” (en su día hicieron lo mismo Chávez y Trump) que en el caso de Sánchez son los que están en los cenáculos madrileños. Pero tal vez porque son demasiado difusos los enemigos del pueblo a los que alude Sánchez, éste dio un paso más y precisó “queda claro, después de conocer estos meses que lleva al frente de su partido, que usted no olvida quién le puso ahí, las grandes empresas energéticas, las grandes corporaciones de este país”.

"El presidente del Gobierno, en lugar de debatir sobre el Estado de la Nación, se dedicó a dar mandobles a diestro y siniestro contra enemigos inventados"

Frente a esta grave acusación, Feijóo le respondió que decir eso era un “insulto a la democracia española y a todos los militantes y simpatizantes del Partido Popular de España”. Negada rotundamente la anterior afirmación de Sánchez, es a éste al que le corresponde probar la veracidad de su aserto. Y, como era de prever, ninguno de sus colaboradores más próximos, incluidos varios ministros del Gobierno, fueron capaces de aportar prueba alguna para acreditar que fueron las empresas energéticas y otras grandes corporaciones las que para defender sus propios intereses pusieran a Feijóo al frente del PP maniobrando para sustituir a Pablo Casado.

En su reglamentariamente corta intervención, Feijóo acusó a Sánchez de llevar un año de gestión errática que ha llevado a que España duplique la deuda pública media de la UE, el paro y tenga una inflación del 10,4 % del PIB. Y le espetó: España no puede seguir un año más a merced de sus urgencias demoscópicas. Y tras estas duras acusaciones soportadas por las cifras oficiales, Feijóo hizo uso de la ironía cuando lo felicitó por haber rectificado una vez más, puesto que durante el debate el presidente anunció otra medida propuesta por el PP hacía una semana (la aplicación de la excepción ibérica a las plantas de cogeneración de gas), que se sumaba a otras como la rebaja del IVA a la electricidad y al gas. Finalmente, el líder del PP aprovechó para enseñarle desde la tribuna el plan energético que va a enviar a La Moncloa: “sin logos, con el escudo de la nación”, añadió.

Pero lo que sin duda le hizo más daño a Sánchez fue que Feijóo le recordara “Su ‘no es no’ es el único principio inmutable desde que usted entró en política. Nadie en España cree que es más constructivo Bildu que el PP. Rompa con sus alianzas, cese a los ministros que no ha nombrado”. Y es que al recordarle que su gobierno estaba apoyado por Bildu y ofrecerle al PP como alternativa reiteraba que su política no es la única posible ni inevitable.

Tras este cuerpo a cuerpo, Sánchez, como si fuera un consumado jugador de ventaja, con el reloj como aliado y todo un arsenal de ataques personales cargó contra Feijóo al que acusó de falta de rigor técnico en sus propuestas, de no ser un buen gestor a pesar de sus cuatro mayorías absolutas en Galicia, minusvaloró sus conocimientos en materia de impuestos y lo dio por perdido para cualquier tipo de pacto. En sus ataques contra el partido de la oposición, Sánchez se dibujó como un presidente que tiene enfrente a un partido que considera su Gobierno «ilegítimo» y que le acusa de traicionar la Constitución y a las víctimas de ETA; a un poder judicial atrincherado y a unos medios de comunicación dominados por grandes energéticas e intereses oscuros.

Mientras el presidente del Gobierno, en lugar de debatir sobre el Estado de la Nación, se dedicó a dar mandobles a diestro y siniestro contra enemigos inventados y diagnosticando acertadamente cómo lo considera una buen parte de los españoles, el líder del PP abandonó el hemiciclo bromeando, y afirmando que durante el debate llegó a creer que aún estaba en el Parlamento de Galicia escuchando a la oposición y no al presidente del Gobierno de España.