En junio de 2012, año del traumático rescate financiero, cada ciudadano español tenía sobre sus espaldas 18.000 euros de deuda pública. Este pasado mes de junio esa cifra había ascendido a la friolera de 31.105 euros. Si por añadir otra perspectiva medimos la deuda en relación al PIB, vemos que en junio de 2012 aquella representaba el 75,9% de éste y en junio de 2022 ya se había encaramado al 117%. Cierto es que no estamos solos en esta tendencia y que la pandemia y la guerra en Ucrania han profundizado la preocupante deriva. Preocupación ahora agravada por el nuevo escenario de subidas en los tipos de interés. Desde las instituciones europeas los mensajes emitidos pueden interpretarse como contradictorios. Por un lado la Comisión Europea decidía en primavera prorrogar por un año más la suspensión de las reglas de déficit y deuda (no sin advertir a España sobre su nivel de desempleo y deuda) y por otro, el BCE iniciaba en julio su senda de subidas en los tipos de interés, entonces con 0,5% y ahora con otro 0,75%. No terminarán ahí los incrementos en el precio del dinero con la finalidad anunciada de poner coto a la inflación.

Y sin embargo, no son pocas las voces que se preguntan por la oportunidad de este encarecimiento en el precio del dinero. El Nobel de Economía, Paul Krugman, considera que la inflación en Europa es producto “de un shock de oferta puro”, no de un exceso de la demanda, por lo que afirma no tener claro “porqué los tipos de interés deben subir”. A esta autorizada opinión se podría añadir la legión de quienes como Antón Costas o la propia ministra, Nadia Calviño, consideran que el pico de la inflación estaría a punto de ser doblado o habría quedado ya atrás, aunque esto la ministra lo dijera ya en el pasado mes de mayo.

Unos y otros tratan en realidad de espantar dos fantasmas: el primero, el temor a una espiral de precios que encontraría fundamento en la persistencia de altas cotas inflacionarias. En este sentido me parece responsable la actitud de las grandes centrales sindicales españolas con su propuesta de incrementos salariales: 3,6% en 2022, 2,5% para 2023 y 2% para 2024, con sus respectivas cláusulas de revisión. El segundo, la recesión como consecuencia de pasarse de frenada en los tipos de interés más los factores añadidos de retroceso económico en EEUU, desaceleración en China y los efectos de la guerra en Ucrania.

Mientras las proyecciones buscan su contraste con la realidad, septiembre y sobre todo octubre, son meses tradicionalmente inflacionarios. Al menos, y en sentido opuesto al “dolor” que tantos anuncian, el presidente Sánchez nos conforta desde el Senado con que “hay motivos suficientes para tener confianza en la economía española”. Que así sea.