A estas horas, y después de que los pocos que aún creían en la posibilidad, por necesario, de un acuerdo siquiera mínimo entre los dos grandes partidos para pactar medidas contra las crisis –la que ya está aquí y la que se espera– hayan perdido toda esperanza, quizá sea momento para alguna reflexión. La primera, por supuesto para insistir en la duda que planea el formato de los debates, e incluso el reglamento que los regula: el de Sánchez versus Feijóo de hace unas horas se convirtió, como estaba previsto, en casi un soliloquio de presidente, con insultos y descalificaciones –incluida una supuesta “nefasta gestión en la Xunta”: la ignorancia de quienes proporcionaron los datos a don Pedro se reveló más que supina– a la oposición que no pudieron apenas ser replicados por el aludido a causa del previsible sectarismo cronológico del presidente de la Cámara.

Eso aparte, el único que presentó documentos para respaldar posibles programas conjuntos para hacer frente a la carestía de artículos vitales para la ciudadanía fue el senador Feijóo: el jefe del Ejecutivo central hizo anuncios y promesas sin más soporte que su palabra. Y, dicho con el máximo respeto institucional, su credibilidad no es precisamente un valor al alza; sobre todo si se repasa el abundante catálogo de ejemplos en los que dijo una cosa e hizo otra distinta. En todo caso, lo peor quizá del planteamiento de don Pedro es lo que han resaltado ya economistas de reconocido prestigio: lo que plantea el señor presidente del Gobierno es una reiteración de la política que, en el fondo va directamente contra el sistema de libre mercado y la ley de la oferta y la demanda,.

Peor aún: esa política aboca a otro sistema diferente: el modelo intervencionista, por la vía del gasto en ayudas del Estado o la recarga impositiva a los beneficios de grandes empresas o bancos, por poner dos ejemplos. Es la típica posición populista que ofrece soluciones simples en ciertos problemas muy complejos y que, además, va –salvo detalles– contra la línea de actuación de los principales países de la UE y que cada día recuerda más aquella Grecia cuyo timón económico lo manejaba el tal Varufakis. La gestión del señor Sánchez, que en términos estadísticos ofrece buenas cifras en datos como el del PIB, es a medio y largo plazo un retroceso especialmente peligroso.

Por cierto, un riesgo que deviene de lo que podría denominarse “complejo de Rodríguez” –doña Isabel– que en síntesis consiste en que al creer que “con los Fondos Europeos nos va a salir el dinero por las orejas”, ha llevado a aumentar la deuda pública, en cuatro años, en más de 220.000 millones de euros. Eso sitúa a España en un ranking imposible de adecuar a las exigencias europeas, congeladas por un año pero que a buen seguro retornarán. A la hora de la verdad, esta política de la que tanto presume el presidente y que ha llevado a España a un evidente retroceso para las economías domésticas.

Es cierto que los problemas se han agravado también por causas ajenas al Gobierno, pero ocurre que este parece creer que la solución llega a base de subvenciones, sin fomentar la inversión. Por eso cabe que como moraleja pueda servir aquel deseo de los curas párrocos –con todo respeto– a sus fieles: “que Dios nos coja confesados”. Y, en términos de Galicia, con la penitencia cumplida, porque con este Gobierno más vale tenerlo todo en perfecto estado de revista: incluso así, saldrá perjudicado este Reino. Lo dicen los precedentes.