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Óscar R. Buznego

Un debate premonitorio

La sesión fue un aperitivo de la doble campaña electoral que nos espera

Pedro Sánchez es un buen lector de discursos. Y es otro –resulta difícil saber si entonces se descubre el auténtico– cuando suelta la lengua. Ayer, estuvo correcto mientras pronunció el texto escrito en los folios. Luego se perdió en un ataque desaforado, planeado con el único propósito de embarrar a Feijóo. En su primera intervención, presionado por el reloj, el líder del PP no acertó a hablar con claridad. Sí lo hizo, y de forma nítida, en la segunda réplica. Dejó un mensaje al presidente del Gobierno y, acto seguido, se retiró del combate. El cara a cara se celebró en condiciones muy favorables al jefe del Ejecutivo, que dispuso de tiempo ilimitado en sus tres intervenciones, una más que su oponente, que tuvo que ceñirse por imperativo reglamentario a dos breves exposiciones. En resumen, el debate comenzó bien, con la promesa de Pedro Sánchez de no poner paños calientes a la situación del país, se enfangó en el tramo intermedio, y terminó con una exhibición de reflejos políticos por parte de Feijóo. Pero a la hora de hacer balance, es probable que Pedro Sánchez haya conseguido acercarse más a su objetivo y que no resultara como en el PP habían pensado al proponerlo. Pedro Sánchez sigue siendo el presidente del Gobierno ya conocido y Feijóo, desde ayer, es un aspirante más expuesto.

"Quizá nunca sepamos si el ofrecimiento de Feijóo es un brindis al sol"

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Por lo demás, el debate ha ofrecido dos novedades de consideración. La primera es la contaminación de populismo, cada vez más explícita, del discurso político de Pedro Sánchez. La presencia de chivos expiatorios, el victimismo, el enfrentamiento de mayorías vulnerables a minorías poderosas, la actitud protectora, la manipulación del miedo y el doble lenguaje, son los recursos que ha utilizado con mayor frecuencia en sus apariciones recientes ante los medios. En esta ocasión, por añadidura, faltó a la norma de dirigirse a los senadores y optó por comunicarse directamente con los ciudadanos, a los que apeló continuamente. Esto conlleva inevitablemente una polarización política más intensa y define la estrategia política y electoral que aplicará el líder socialista en los próximos meses.

El debate alcanzó el punto de máximo interés en el momento que Feijóo le pidió sin rodeos a Pedro Sánchez que rompiera con sus socios, a los que el Presidente no mencionó una sola vez, y le ofreció un pacto con el PP para el resto de la legislatura. El presidente del Gobierno le respondió con una explicación de las tres razones por las que el acuerdo entre el PSOE y el PP no es posible, admitiendo de entrada que esta es la pregunta que se hacen todos los españoles. Alegó la falta de rigor técnico de las propuestas del PP, refiriéndose insistentemente a la insolvencia y la mala fe con que actúa a partes iguales Feijóo, el empeño de la derecha en expulsarlo del poder y, por encima de cualquier otro motivo, la nula voluntad del PP de pactar, correspondida de igual manera por el Gobierno, dado que ve a los populares muy apegados a los intereses de las grandes empresas, aunque por su lado, dijo, es partidario de mantener un diálogo fluido con el primer partido de la oposición. Quizá nunca sepamos si el ofrecimiento de Feijóo es un brindis al sol, pero Pedro Sánchez se resiste a hacerle una propuesta formal al PP, a pesar de su advertencia inicial de que debemos estar preparados para lo peor.

El debate, en resumen, ha sido un aperitivo de la doble campaña electoral que nos espera. La política española está en un túnel. Polarizada, va adquiriendo tonos duros y parece condenada por algún tiempo a un movimiento pendular que puede resultar ruinoso, el que provocan los partidos cuando a su paso por el poder gobiernan, no teniendo en cuenta a todos, sino contra los adversarios. Envuelto en buenas palabras, ayer Pedro Sánchez se declaró incompatible con el PP. Y eso tiene consecuencias hoy y las tendrá después de las próximas elecciones.

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