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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Adam Smith y los cerezos

Una degustación libresca

Con el mejor ánimo de aprovechar el tiempo de ocio me aprovisiono de material de lectura. Es una muestra variada del ingenio humano que tengo el propósito de degustar como quien picotea un plato de fruta fresca y otro de fruta seca o de fruta escarchada. El primero en salir del montón de libros por puro azar es uno con el atractivo título ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?, de la periodista sueca Katrine Marçal. Un alegato feminista en el que se denuncia la explotación de la mujer por medio del trabajo no remunerado (o insuficientemente remunerado respecto del hombre), imprescindible para mantener las prestaciones del estado de bienestar. Adam Smith, exitoso teórico del capitalismo moderno y padre del Homo economicus, se hacía servir la cena por su madre.

Después de este libro apareció Los amnésicos, de Geraldine Schwarz, el relato espeluznante de tres generaciones de una familia alemana antes, durante y después del nazismo. Desde actos heroicos a complicidades infames. En la medida de que nazismo, fascismo y franquismo fueron experiencias políticas en paralelo, si bien en grados diferentes de infamia, hay que agradecer a la autora el rigor de su trabajo y la espinosa cuestión de la “culpa colectiva”. Es decir, de toda esa gente que, incapaz de enfrentarse a una dictadura, optó por “mirar para otro lado”, alegando ignorancia en unos casos y obediencia debida en otros. Dada su temática, ha de interesar a los lectores españoles.

El tercero en salir de la bolsa tiene un título atractivo: El hombre que salvó a los cerezos, de la periodista y escritora japonesa Naoko Abe. Bueno, no fue solamente uno el que salvó los cerezos, en el Japón y en otros países. Aquí, más cerca, en el valle del río Jerte y en la comarca del Bierzo, los días de floración del cerezo se concentran miles de almas sensibles para admirar un árbol cuyo mayor atractivo es su belleza y su olor. Aunque hubo desaprensivos que solicitaron su erradicación con el grosero argumento de que no producía frutos comestibles.

Les pregunto a mis nietos qué criterios han utilizado para seleccionar estos tres libros y el resto de la bolsa. Me contestan que el mismo que se usa para escoger la fruta en el mercado. Primero se echa una ojeada al título, después se coge el ejemplar para averiguar su precio y su peso tras olisquearlo un rato y, por último, pagamos la mercancía al librero, que nos ha ayudado a elegir.

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