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Gorbachov, el fracaso del héroe

La desaparición física de Gorbachov, uno de los más decisivos estadistas del siglo XX y probablemente el que de forma más benéfica contribuyó al fin de la Guerra Fría y a la superación de la bipolaridad entre los bloques obliga a rendirle un sentido homenaje de las generaciones que nos hemos beneficiado de su obra y nos brinda una oportunidad de valorar, además de su valiosa acción positiva, que cerró una etapa negra del mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial, la traición que Putin y su entorno han cometido para subyugar de nuevo al pueblo ruso y al de su hinterland europeo y asiático, y para frustrar una distensión basada en el reconocimiento del fin de la historia, que Fukuyama, excesivamente ingenuo, fundamentó sobre la desaparición de los regímenes y los ideales autoritarios y en el triunfo definitivo de la democracia liberal, basada en el sufragio universal y en el respeto escrupuloso a los códigos de derechos humanos.

Gorbachov se convirtió en secretario general del PCUS en 1985, cuando las recetas leninistas habían fracasado absolutamente ante la opulencia del mundo occidental en auge, al que intentaban desertar los esclavizados ciudadanos del paraíso comunista. Desde su acceso al poder, intentó la apertura y la reforma de las viejas estructuras de la época del partido único. Algunos términos utilizados en aquellas operaciones fueron exportados a occidente y lógicamente elogiados por su voluntad rupturista con los antiguos anacronismos que habían hecho de la Unión Soviética un monstruo peligroso y sin control. Fue la época de la glásnost (transparencia, liberalización, apertura) y sobre todo de la perestroika (reconstrucción) –iniciativas aprobadas en el XXVII Congreso del PCUS, a principios de 1986–, y del relevo del siniestro Gromyko, veinticinco años ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, sustituido por el más campechano Shevarnadze, un periférico georgiano que acompañó a Gorbachov en sus excursiones políticas idealistas. Aquel año fue liberado el disidente Sájarov, y el propio Gorbachov le comunicó personalmente la noticia.

Los años siguientes fueron decisivos para el porvenir de la geopolítica mundial. En noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín, lo que representaba la desaparición del telón de acero y la liberación de Europa del Este; aquel hito cargado de simbolismo fue una decisión personal de Gorbachov, como le reconoció por escrito, en una emotiva carta de gratitud, el entonces presidente de la República Federal Alemana, Steinmeier. Meses antes, había sido galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional por sus esfuerzos en pro de favorecer la cooperación internacional y eliminar las barreras que dificultan el entendimiento entre las naciones. La comunidad internacional fue consciente de la singularidad del momento. Juan Pablo II recibió a Gorbachov en diciembre de 1989 (era la primera vez en la historia que un líder comunista de la URSS acudía oficialmente al Vaticano), y en 1990 recibió, con toda justicia, el Premio Nobel de la Paz.

"Ha pasado a la historia de su país como el gobernante débil, en absoluto nacionalista, que no solo permitió el hundimiento del imperio ruso sino que fue incapaz de negociar que la OTAN no se extendería hacia oriente"

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En 1991, a pesar de que el pueblo de la URSS votó afirmativamente a la continuidad de aquella Unión, esta se disolvió de facto al separarse del tronco la Federación Rusa y otras más; en agosto hubo un intento de golpe de Estado y finalmente Gorbachov dimitió de su cargo y la URSS se disolvió en diciembre de 1991. El 1 de julio de 1991, se había disuelto ya oficialmente el Pacto de Varsovia, que permitió a los antiguos países satélites elegir su destino.

Gorbachov ha pasado a la historia de su país como el gobernante débil, en absoluto nacionalista, que no solo permitió el hundimiento del imperio ruso sino que fue incapaz de negociar que la OTAN no se extendería hacia oriente (se le prometió, pero sin la debida solemnidad, y de hecho el acuerdo no se cumplió). En cambio, en occidente, Gorbachov ha muerto como un héroe que liberó al mundo de la peligrosa Guerra Fría.

Mientras sucedían estos históricos acontecimientos, un tan Vladimir Putin, agente de la KGB, espiaba para Moscú en Alemania Oriental. Tiempo después, se convertiría en un anacrónico émulo de Pedro el Grande y enterraría los restos del legado de Gorbachov. Quizá este retroceso no hubiera llegado a tanto –a la guerra de Ucrania– si occidente hubiera actuado con más visión y magnanimidad.

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