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Entre acordes y cadenas

Policía del orín

Apenas quedan ya unos días para que finalice el mes de agosto y, con él, las vacaciones de verano de la mayoría de los españoles. Es el momento de hacer recuento de todo lo vivido, de las experiencias buenas y, ¿por qué no?, también de algunas malas, pues de todo se aprende y, además, lo que en su día pensamos malo, con el paso del tiempo y la reflexión, llegamos a la conclusión de que a lo mejor no lo fue tanto.

En cualquier caso, el humor siempre nos salva. Es lo más importante. Desprendernos de la pesada losa de la seriedad que arrastramos durante todo el año y contemplar la vida, aquello que nos rodea, desde otro punto de vista, con una suerte de alegre despreocupación mucho más necesaria de lo que, en nuestra vorágine cotidiana, podamos llegar a imaginar.

“La risa es un ejercicio corporal valioso para la salud”, dijo Aristóteles. De modo que nuestros políticos, eruditos todos, conocedores de los postulados de la filosofía antigua, de la literatura, clásica y moderna, y de muchas otras materias de indudable trascendencia, han querido poner su grano de arena para que este verano sea memorable.

¡Y vaya si lo han conseguido! Basta con echar un vistazo a los boletines oficiales, ya sea del Estado, de las Comunidades Autónomas o incluso de los municipios para llegar a esta categórica conclusión. Las normas, este verano, se han convertido en ocurrentes chistes que bien podrían haber sido contados en televisión por José Mota, Martes y Trece o Los Morancos.

Ejemplo paradigmático de esta generalizada algarabía ha sido la ordenanza municipal de la ciudad de Vigo, una copia de otra muy similar que el año pasado se aprobó en la ciudad de Málaga. Los alcaldes de ambas ciudades, consternados por los ríos de orín que corrían impunes por sus hermosas playas, redactaron dos normas de ámbito municipal conforme a las cuales la micción debía ser castigada con multas de cientos de euros.

Ahora bien, esta pena pecuniaria no se impondría solo, como ocurre en la mayor parte de España, a las personas que evacuasen en la vía pública, sino que se extendería a aquellos que lo hiciesen en el mar, dentro del agua. Obviamente, al tratarse de una ordenanza municipal, solo el orín de los vigueses mientras estuviesen en Vigo y de los turistas en dicha ciudad sería punible; en cambio, el “agüita amarilla” que los redondelanos, habitantes del municipio del norte, vertiesen en las playas de Chapela sería impune.

"Los alcaldes de Vigo y Málaga, consternados por los ríos de orín que corrían impunes por sus hermosas playas, redactaron dos normas de ámbito municipal conforme a las cuales la micción debía ser castigada con multas de cientos de euros"

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Pero la ley es la ley. Y, aunque hoy en día esté de moda negarse a cumplirla, en un Estado de Derecho no nos queda otro remedio que acatarla, por muy ilógica que sea, por mucho que haya sido ideada por un genio de la comedia.

El problema que se plantea, sin embargo, no es este, sino su efectiva aplicación. Y es que en Derecho existe algo denominado prueba, que sirve para determinar la existencia o no de un hecho y la responsabilidad en él del presunto autor. Por mucho que haya una acusación, si quien acusa es incapaz de probar lo que alega, la sentencia será siempre absolutoria.

Así pues, probar que Juanito ha orinado en el mar es, salvo excepciones propias de un laboratorio cinematográfico, totalmente imposible. Salvo, claro está, que los ideólogos de esta norma hubieran consignado en ella los indicios necesarios para determinar si alguien está miccionando o se dispone a hacerlo. Una idea que, el próximo año, deberían tener en cuenta. Y dada la importancia de la norma, me veo en la obligación moral de proponerles algunas ideas.

La posición de los brazos. Algo esencial. Si usted se sujeta las caderas con ambas manos en lo que se conoce como la posición del jarrón, es muy posible que se disponga a orinar y, por tanto, debería ser sancionado por la “policía del orín”, un grupo de intervención rápida que debería crearse en el seno de la policía municipal de cada ciudad costera española. Su vestimenta debería ser fácilmente reconocible a distancia, amarilla con ciertos tonos verdosos, y una gorra que simulase un inodoro, para dar ejemplo a la población y, con un simple vistazo, que sepan el lugar correcto en el que desbeber su recién bebida Estrella de Galicia.

Los músculos de la cara. Debería vigilarse su movimiento y contracción, además de algún posible espasmo en aquellos que sufren problemas de próstata. El catalejo debería ser, por tanto, parte esencial del equipamiento de la “policía del orín”. No puede pretenderse que desempeñen su función sin medios materiales. Sería intolerable.

Hay gente pa ‘to’. Mientras unos barren playas y otros peinan bombillas, nuestros políticos dedican su tiempo en elaborar extensas normativas cuya aplicación efectiva es imposible. Eso sí, faltan asesores. Los miles ya existentes, aunque se amontonen en los bares cercanos a las concejalías, tienen demasiado trabajo y no dan abasto.

Hasta siempre verano de 2022. Políticos de Vigo y de Málaga, muchas gracias.

*Juez y escritor

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