Con agosto en la agonía y los expertos anunciando un otoño caliente en lo laboral y gélido en las economías –la doméstica y la otra, la macro–, a los pesimistas sólo les queda una esperanza: que todo el mundo se equivoque. Dicho de otra manera, que la recesión se quede en un susto, la inflación detenga su escalada, el cambio climático se ralentice y los sindicatos vuelvan al reposo de estos últimos años y no añadan leña al fuego. Y si además llueve, acontecimiento idóneo para acompañar al retorno de los políticos –este sábado “debuta” en San Xurxo el PP– miel sobre hojuelas, porque si estos Reinos necesitan algo ahora mismo, es calma.

El introito, conste, viene a cuento de los sombríos presagios y la oscura circunstancia que vive la sociedad. Peleas de bandas juveniles, o menores, en plena calle, agresiones verbales y/o escritas contra quienes piensan diferente, guerras que además de una enorme cantidad de víctimas entre quienes participan dejan secuelas en la población mundial, más el coronavirus que aún no se fue del todo. Es lo que hay, aunque no agota el catálogo, y de ahí la conveniencia de no seguir con la relación de males siquiera para no contribuir en modo alguno a aumentar la angustia que siente tanta gente del común cuando se plantea lo que aguarda.

Cuanto queda dicho –incluyendo quizá, y pese a la buena intención, los sudores familiares por el inicio del curso escolar, con sus obligadas “inversiones– demuestra también otra cosa. Resumida, la inapelable urgencia de un acuerdo entre las fuerzas políticas a las que aún les quede un rescoldo en la llama del sentido de Estado. Pero no esa especie de jaculatoria patriótica que el presidente del Gobierno recita siempre que le vienen mal dadas, sino desde una voluntad firme de quienes tienen el poder y los que aspiran a relevarles, para afrontar los problemas de esta sociedad. Y hacerlo sin uniformes, pero entre todos. Habrá que oír muy atentamente al señor Feijóo dentro de un par de días.

Cierto que lo del acuerdo eses difícil, sobre todo aquí, pero posible. Y lo es sin necesidad de renunciar a los principios que tantos proclaman “sagrados” mientras estudian cómo eludirlos, mejor sin que se note. Y también porque la relación de los problemas que han de afrontarse afecta, de un modo u otro, a la totalidad del censo, aparte de que la lista de soluciones realistas es tan corta que sólo los necios, o los muy sectarios, se negarían a aceptarlas y ponerlas en marcha. Aunque sólo fuese por algo que la gran mayoría considera cierto: la ideología puede enseñar formas distintas de hacer y repartir el pan, pero no a sacar trigo de donde no lo hay.

Queda dicho lo de las dificultades, pero es obligada añadir que en Galicia hay menos que en otras comunidades. Al fin y al cabo, cuando el presidente Rueda Valenzuela viajó a encontrarse con don Pedro Sánchez hace unas pocas semanas, la agenda que llevaba, y que contenía “los problemas más acuciantes” de este antiguo Reino, los opositores, BNG y PSOE, declararon su respaldo. Es muy cierto que a la izquierda no le quedaba otro remedio para no parecer ajena a la realidad, como también que don Alfonso manejó con cautela las cartas que tiene. Pero con todo y con eso, es posible que aquella relación, y estas reacciones, hacen posible un horizonte de entente, siquiera mínima. Y la responsabilidad de todos los que ahora están de regreso, como la de quienes lo harán muy en breve obliga a desterrar lo del desafortunado “no es no”. Por lo obvio y porque la Xunta no plantea apoyos que impliquen una previa genuflexión.