Aparte de Olof Palme, aquel primer ministro sueco asesinado en 1986, les reto a que citen de memoria los nombres de un par de mandatarios nórdicos de los últimos años. No está fácil la cosa. Lo sencillo que resulta recordar a Sarkozy o a Berlusconi y el cortocircuito que se produce en nuestro cerebro si nos preguntan por el nombre del primer ministro danés. También nos suena el vikingo Ragnar, rey de Suecia y Dinamarca, aunque este no cuenta porque lo conocemos de una serie de televisión. Ragnar a secas. Con el apellido ya tendríamos algún problema. Es Lodbrok, o Lothbrok, según quien lo escriba. Tampoco hay mucho consenso en esto. Aquí somos muy de risilla fácil con apellidos foráneos de difícil pronunciación. No hay más que recordar cómo cantan las alineaciones de cualquier equipo asiático, como si más allá de los Pirineos decir Zubizarreta fuera lo más natural del mundo.

Ahora todos conocen a la première finlandesa, Sanna Marin, que se pronuncia de corrido. Dinamarca, por cierto, tiene primera ministra, no primer ministro. Lo mismo que Suecia. Noruega tiene a un señor. Tres de cuatro. La envidiable igualdad nórdica. Los cinco partidos que forman el Gobierno de coalición que preside Sanna Marin están liderados por mujeres, cuatro de ellas en la treintena. Y es en esta proporción de géneros donde quizá se explique por qué el vídeo en que se ve a Marin de fiesta con unos amigos ha causado tanto revuelo dentro como fuera de Finlandia, aunque de manera dispar. Allí, las más de las veces, por razón de su cargo; aquí, las más de las veces, a costa de su género, lo que para los del “no soy machista, pero” coloca a Marin a la altura de Boris Johnson. Error. Johnson transmitía la imagen de un hooligan de cachondeo en alguna playa española que se saltó el confinamiento para organizar juergas en Downing Street junto a asesores y parte de su gabinete, algunos de sus miembros sospechosos de abuso sexual. Además mintió, por eso dejará el cargo en breve.

A diferencia del británico, Sanna Marin (36 años) es una milenial que hace cosas de mileniales en su tiempo libre y gobierna un país de 5,5 millones de habitantes con bastante sentido común. No hay ‘villarejos’ en su círculo íntimo; no hay extrañas tramas en la concesión de contratos públicos, hermanos que cobren comisiones por comprar mascarillas o estafadores que adquieran deportivos y casas de lujo junto al lago Saimaa; no hay condenados por la camarilla de los eres en el partido de Marin ni expresidentas de parlamentos que corren a saludar a quienes insultan a las víctimas de un atentado. Para el centro o el sur de Europa, Finlandia representa la parte más ‘aburrida’ de la democracia porque apenas pasan cosas. De hecho, los grandes ‘pecados’ de Sanna Marin han sido divertirse con sus amigos en una vivienda privada, acudir a un festival con chaqueta de cuero, pantalón corto y botas de media caña, salir a una discoteca y dejarse el móvil oficial en el despacho (llevaba su teléfono personal) y participar de una fiesta tras estar en la misma habitación que un positivo por COVID, ya vacunada y con el visto bueno de su secretario de Estado. Su vileza, en suma, es tener 36 años, ser mujer, atractiva y divertirse. Imperdonable.

Finlandia es un país donde la televisión pública puede preguntar a la primera ministra si consumió drogas en aquella fiesta colgada en Instagram y esta responder que se hará un test para tranquilidad de la ciudadanía y de la oposición –que lo exigió–, sin una sola palabra en contra del partido populista que pidió la prueba y sin condenar al periodista de la cadena a hacer fotocopias en un pasillo.

En algún punto entre el sur de Europa y Helsinki cambia la percepción que en el continente se tiene de los países nórdicos. Marin creció en una ‘familia arcoíris’, junto a su madre y la novia de ésta. Trabajó como panadera a los 15 años y simultaneó la universidad con el trabajo en una tienda. Licenciada en una carrera administrativa, fue concejala y alcaldesa de Tampere. Luego ministra. En 2019, con 34 años, se convirtió en la jefa de Gobierno más joven del mundo. En su corto mandato, ha mantenido a Finlandia como referente en educación e igualdad. Como el resto de países, en 2020 estaba gestionando una pandemia (tercer Estado de Europa con menos muertos por COVID en relación a su número de habitantes) y a partir de 2022, una guerra en Ucrania, con la salvedad de que Finlandia comparte 1.340 kilómetros de frontera con Rusia bajo la permanente amenaza de Putin. Lejos de arredrarse, la ‘presidenta milenial’ reclamó a la UE cerrar el negocio de gas y petróleo con el gigante del Este. “Estamos financiando la guerra”, adujo. El pasado julio, la OTAN firmó la adhesión finlandesa junto a la de Suecia.

Si se cumple la máxima de Ragnar Lodbrok, o Lothbrok, no debería durar mucho en el cargo. “El poder solo se da a aquellos que están dispuestos a renunciar a sí mismos por él”. No parece que la máxima vaya en el adn de Sanna Marin. Además, la frase es de una serie de televisión.