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Ceferino de Blas.

A qué ciudad nos parecemos

Vista general de Vigo desde la ría Ricardo Grobas

Un ilustre visitante comentaba admirado el potencial de Vigo, su paisaje, su arquitectura, su fuerza industrial y cultural, y le encontraba una similitud: Buenos Aires, y más en concreto el Mar de Plata.

No son infrecuentes las comparaciones con otras urbes. Hace años, el gran escritor mexicano Carlos Fuentes, a quien la Universidad nombró doctor honoris causa, comentaba que cuando se acercaba a Vigo en avión, en un día despejado, la visión le había transportado a la bahía de Río de Janeiro. Y le había parecido hermosísima.

Recientemente un viajero vigués contaba que cuando llegó a Sídney y vio trepar las casas por las laderas de la bahía y montones de velas navegando pensó inmediatamente en Vigo. Era la imagen de la ría de un domingo con viento de verano.

Es magnífico que las semejanzas de Vigo sean con grandes ciudades, por sus similitudes, lo que la distingue por su importancia, pero no desdibuja su singularidad que ha sido prolijamente descrita e interpretada en múltiples textos bibliográficos y periodísticos. Desde el inigualable “Vigo, puro milagro”, de Celso Emilio Ferreiro, a las elegantes crónicas para “La Ilustración Artística” de Pardo Bazán o la magnífica descripción de Lustres Rivas, en su serial “Perspectivas de la Galicia marinera”, a los variados artículos de Cunqueiro, Castroviejo, Fernández del Riego, Sigüenza y todo el planeta de escritores y poetas acogidos a la sombre de Martín Códax, que decía Manuel De la Fuente. Todos han incidido en aquellos aspectos inmanentes además de los que les resultan más llamativos de la ciudad. En su especificidad pasada por el tamiz subjetivo con que la contemplan.

Algún día habrá que recopilar en una monografía todas esas visiones e interpretaciones de Vigo desde la perspectiva espacio temporal de cada uno de esos escritores, muchos insignes, que describen el Vigo que Celso Emilio resume en la expresión “puro milagro”.

“Una ciudad tan bella como Vigo invita a buscar analogías con que compararla”

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Como todas las grandes ciudades no es estática, sino que evoluciona. Existen apreciables diferencias entre el Vigo de la primera quincena del pasado siglo que relata Pardo Bazán, del Hotel Continental que ya no existe o el intenso olor a pescado de O Berbés que perseguía a los no habituados calles arriba, a la actual ciudad universitaria y de Vialia, en la punta de la contemporaneidad. Lo que perviven son las esencias. Lo inmanente. Esto es, toda la belleza de la ría y su entorno, las características de ciudad industrial, el urbanismo enaltecido como suntuoso, el espíritu emprendedor. Y el componente sociológico. El culto del viguismo que es una de las características en alza, el valorar el orgullo de sentirse vigués, porque la condición de ser vigués ennoblece, como en el lejano pasado lo era sentirse ciudadano romano.

Una apreciación que significa valorar lo propio en la medida que se merece, sin desmesuras pero sin el menor complejo. Sentir orgullo por la pertenencia es estar a gusto con lo que se tiene y mostrarse dispuesto a exhibirlo como un bien exportable, satisfactorio.

Es lo que sienten cada vez más los vigueses y captan los que llegan de fuera. La percepción de que transitan por una ciudad inmejorable para vivir, que se transforma, que recupera lo mejor de su pasado y que se adapta al presente con innovaciones urbanísticas y aportaciones sociales y culturales que hacen más cómoda la experiencia diaria. Es la calidad de vida.

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El Vigo que nos robó el ladrillo Hilda Gómez

El contorno geográfico que la asemeja a otras capitales marítimas es consustancial, pero la singularidad es la que marca la diferencia.

Basta un ejemplo para entender la comparación de Vigo y las grandes ciudades. Cipriano Rivas Cherif, director de escena y dramaturgo, revela un episodio que solo cabía en el Vigo de los años veinte. Fue la operación logística que realizó la gran actriz Irene López Heredia para actuar en el Tamberlick e inmediatamente embarcar en un trasatlántico con su compañía para Buenos Aires. Era una logística que solo se practicaba en EE UU e inédita en la España de 1929. Lo logró dejando para el siguiente barco el atrezo (vestuario, accesorios) que necesitaban para las próximas actuaciones en América. Hasta que llegase, ensayarían. “Tenía que ser en Vigo, necesariamente”, donde ocurriera esto, afirma Rivas Cherif.

Nuevos visitantes que cada vez llegan en mayor número seguirán encontrando parecidos a Vigo, porque una ciudad tan bella invita a buscar analogías con la que compararla –Buenos Aires, Sídney, Río de Janeiro–, pero siempre mantendrá la singularidad que la hace diferente por muchos parecidos que se la busquen.

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