Existe la leyenda de que a Diego Velázquez no se le daba bien pintar caballos, que no era muy ducho en el arte ecuestre. Lo cierto es que en Sevilla, donde había desarrollado su carrera hasta que su paisano el Conde Duque de Olivares, el valido real, le trajo a la Corte en 1623, nunca había pintado ninguno.

“No es lo mismo pintar cuadros de santos y bodegones que pintar caballos”, razona Miguel Hermoso, doctor en Historia del Arte especializado en pintura barroca española e italiana. “De hecho, para el primer cuadro ecuestre que hace al rey (Felipe IV) le tienen que fabricar un caballo de madera, una especie de maniquí. Ese cuadro se perdió”, explica este profesor universitario en la majestuosa sala 12 del Museo del Prado que alberga Las Meninas y Felipe IV a caballo.

Otra de las famas ganadas a pulso era lo perfeccionista que era. En un giro paradójico del destino, sin embargo, ese perfeccionismo llevó a que con el paso del tiempo se perciban fallos en algunas de sus obras que en verdad no lo son. Son los llamados ‘pentimentos’ (arrepentimientos) [correcciones que un autor realiza sobre un cuadro mientras lo pinta o que acomete con posterioridad], propios de muchos de los genios más notables del arte, pero que en Velázquez, por su trascendencia, son más conocidos aún.

En el caso de Felipe IV a caballo (año 1635) salta a primera vista al observar las patas traseras del equino. Pareciera al verlas que el caballo tuviera cuatro en vez de dos. “Las patas originales estaban hacia adelante. Visto desde lejos a Velázquez le pareció que la pose no era natural, que está como yendo hacia atrás apoyándose sobre los cuartos traseros cuando la sensación que tiene que dar el caballo es la de tener un equilibrio inestable y que el siguiente movimiento sea hacia delante”, relata el profesor sobre esa corrección que Velázquez hizo sobre la marcha, con rapidez.

Con el paso de las décadas, sin embargo, la primera versión del cuadro salió a la luz, fruto del modo de pintar de Velázquez. “Velázquez pinta y repinta con pocas capas de pintura, una pintura muy diluida en aceite y que con el paso del tiempo se ha hecho un poco transparente”, precisa Jaime García-Máiquez, técnico Superior de Museos del Gabinete de Documentación Técnica de la pinacoteca madrileña.

Un segundo ‘pentimento’ resalta en la obra, aunque este es más difícil de percibir. Se trata de la capa, de color bermellón y que en un primer momento Velázquez pintó con vuelo saliendo de los hombros, pero que luego rectificó para situarla en la cintura. Quería quizá así dar más relevancia a la banda rosa de Capitán general de los ejércitos que porta el monarca.

Ambos expertos coinciden en la belleza del cuadro, pintado en el estudio que tenía el pintor en la Casa de Tesoro del Alcázar donde trabajaba como pintor de Cámara y que destruye esa leyenda de que no se le daban bien los caballos.

Cuadros parecidos

El retrato ecuestre de Carlos V a caballo en Mühlberg, de Tiziano está perfectamente centrado. Como en un juego de espejos, el efecto buscado por el Museo es precisamente ese, poder ver los dos cuadros casi al instante para comprobar sus parecidos: los dos caballos levantan las patas delanteras, hay un árbol a la izquierda, y un campo despejado a la derecha...

“El cuadro es un homenaje a Tiziano, se está inspirando en él”, resalta al profesor universitario sobre el lienzo del pintor sevillano, que fue destinado al Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. “Es que el cuadro de Carlos V es capital dentro de la colección real española de los Austrias. Es el primer retrato ecuestre al óleo copiando unas pinturas murales de Florencia”, añade García-Máiquez sobre la influencia de artista italiano en Velázquez.

De hecho, ambos cuadros miden lo mismo, tres metros de alto. Lo que se sigue desconociendo sobre el cuadro, apunta el experto, es si hizo dibujos previos con lápiz negro o pintura metálica, como solían hacer los pintores de su época con los cuadros figurativos.

Otra de las obras donde los ‘pentimentos’ son también muy evidentes es el retrato a cuerpo entero de Felipe IV, que Velázquez dibujó en 1623. El pintor le llegó a retratar con anterioridad pero se desconoce dónde está ese cuadro. De hecho, se especula con que está debajo de este lienzo, según parecía insinuar una de las radiografías hechas al cuadro, pero no hay certezas.

De lo que sí hay seguridad es de que existen varias copias de la obra, una de ellas en el Metropolitan Museum, cuya comparativa con esta pieza hace evidentes las rectificaciones que Velázquez hizo alrededor de cinco años después de pintarlo.

Era tradición en la época “que cada cierto tiempo se le hiciera” un retrato al rey, cuenta Hermoso, “y la pena es que Velázquez no hizo otro retrato, porque así habríamos tenido dos”.

“Lo que hizo fue hacer descolgar el cuadro, y pintar encima un rey más maduro para tragedia un poco de la historia del arte. Fue a petición del propio Velázquez, no del rey. Era un perfeccionista”, subraya el profesor, que apunta que hay teorías que señalan que habría usado el método de la cámara oscura para pintarlo.

Actualización

Lo que hizo Velázquez en verdad fue hacer una actualización del retrato, realizando varias modificaciones importantes. Así, acortó el vuelo de la capa y aproximó mucho sus dos pies; elevó el bufete (que en la primera versión es excesivamente bajo) hasta colocar su superficie a la altura de la mano; amplió la superficie visible del papel que el rey lleva en la mano derecha; y modificó en gran manera la descripción del rostro, para aproximar la expresión a los 23 años que tenía el monarca cuando lo repintó.