Es posible que si la situación no fuese tan grave como parece, habría ocasión para hacer alguna broma acerca de ese permiso de la Xunta para utilizar –contra la sequía– cisternas a fin de recoger agua directamente de los ríos. Y es que los términos. de la autorización, más o menos literales, dejan demasiados huecos para la comprensión total de la iniciativa. Entre ellos el más relevante quizá sería concretar qué ríos pueden ser empleados, ya que la casi totalidad de los gallegos bajan más bien escasos. Otra de las dudas se refiere a las cisternas mismas, a su tamaño, capacidad y manejo, aparte alguna otra acerca de las gestiones y demás para la obtención de permisos.

Sería interesante que la Confederación Hidrográfica del Miño/Sil, sin ir más lejos, se pronunciase sobre los límites de la permisividad. Nada habría peor, probablemente, que unir a la gravedad de la falta de lluvia una confusión más o menos aguda acerca del modo de combatirla. Es más: tampoco estorbaría que ese organismo, o si se prefiere el Gobierno gallego, hiciesen público el programa, si lo hay, que contiene el plan a medio y largo plazo para, teniendo en cuenta que el cambio climático puede ser más rápido de lo que se preveía, prevenir sus consecuencias. Algo que en cualquier caso va a necesitar no sólo proyecto sólido, sino la colaboración estrecha de la sociedad.

Eso, como ya se dijo en varias ocasiones sobre otros asuntos, sólo se logrará con una información clara y detallada. Y sería deseable que se acompañase de la esperanza de conseguir, un pacto político para afrontar un problema agudo y común mediante un método que todos puedan iniciar y terminar. juntos. Será de larga duración, como todos los asuntos graves y difíciles, y por eso cuantos más colaboren para elaborarlo, y después para cumplirlo, mejor que mejor. Y es que, ya se ha recordado alguna vez, nunca llueve a gusto de todos –quizá no hay mejor ocasión para recordarlo– pero es seguro que hasta el más disconforme con el agua que caiga la prefiere a que no caiga ninguna.

En este punto conviene insistir en que los políticos no son chamanes que llamen a la lluvia y ésta acuda, pero sí tienen la obligación de escoger fórmulas concretas, prácticas, para que los gobernados vivan lo mejor que puedan. Si fuere así, es más que probable que alguien haya pensado ya en que acaso una de las medidas preventivas para evitar la necesidad de cisternas está en la construcción de embalses o, para ser del todo exactos –y prudentes, no vaya a ser que al citar las presas alguien crea que se está glosando a quienes en otra época las construía: iría contra la ley– sino de algún tipo de red que permita trasvases o, quizá, recintos de menor tamaño que los embalses.

Cierto que se trata de la opinión de un lego en la materia, pero ser podrían ser lo bastante útiles para almacenar el agua que se precisaría si la falta de lluvias se prolongase más de lo previsto. En todo caso, la iglesia de la tecnología tiene doctores, ingenieros, arquitectos etcétera que sabrán responder a la pregunta de qué se necesita y cómo lograrlo. Hace falta que se pongan a ello, y cuanto antes. Y, por cierto, se ha citado el trasvase como remedio –de urgencia, claro– y ello obliga a recordar el desacuerdo surgido no hace demasiado tiempo entre el alcalde de Vigo y sus colegas, de cargo y de partido, probablemente molestos no sólo por la opinión del señor Caballero, sino y sobre todo por el modo de plantearla. Si fuere menester recurrir a ese modelo –los trasvases– habrá que pedir a todos los implicados grandes dosis de. sentido común. Cierto que. escasea, pero con más esfuerzo y menos arrogancia, se conseguirá. Hace mucha falta.