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Alfonso Armada

El reloj de arena afgano

Compartí oficina durante casi siete años, en la sede de la ONU en Nueva York, con el periodista, poeta y pintor egipcio Ahmed Morsi. Añoraba cuando su trabajo le llevó a Kabul durante la monarquía: “Era una de las ciudades más hermosas, verdes y amables del mundo”.

Hace ahora un año, Occidente abandonó Afganistán a su suerte, tras haber invertido miles de millones y de ver cómo el mal menor acaba llevándose por delante el bien mayor. Pactar con asesinos y fingir una democracia tiene un precio impagable. El Ejército se deshizo como una alcazaba de arena ante el último soplido talibán y lo que vimos en el aeropuerto nos conmovió durante una breve temporada de telediarios. Las promesas de los talibanes se las llevó el viento. La mitad de la población ha sido borrada de la vida civil. El libro Afganistán: crónica de una ficción (Debate), de Mònica Bernabé, única periodista española que pasó casi una década en Kabul, explica con amarga exactitud todo lo que se hizo mal y por qué.

“Las promesas de los talibanes se las llevó el viento. La mitad de la población ha sido borrada de la vida civil”

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Conocí a Khadija Amin, que presentaba las noticias en la televisión pública afgana, gracias a Pilar Bernal que, desde la vicepresidencia de Reporteros Sin Fronteras, se desvivió para que muchos periodistas afganos y sus familias hallaran una salvación. De 29 años, Khadija vive en Salamanca, ha aprendido español y a hacer tortillas, y en septiembre empezará Comunicación Audiovisual en la universidad de Tormes. Pese a que logró el visado para sus tres hijos (uno de 7 años y gemelos de 5) y para su marido, en el último minuto él dijo no. Se ha vuelto a casar, ha borrado a Khadija de la genealogía de los pequeños y solo le permite hablar con ellos cada 15 días. El coraje que destila Khadija se desgarra cuando habla de lo que se quedó en Afganistán, de unos hijos que no sabe cómo ni cuándo recobrará y un país al que no sabe cómo y cuándo volverá.

Hace unos días, un dron estadounidense con cuchillas y sin carga explosiva eliminó en el barrio diplomático de Kabul al líder de Al Qaeda, Ayman Al Zawahiri, el cerebro del 11-S. Pese a las promesas tras la invasión estadounidense de que no volverían a amparar a secuaces de Osama bin Laden, a menos de un año de la salida de Washington y sus aliados, Al Zawahiri encontró piso. Mientras tanto, miles de millones de dólares afganos siguen congelados en el extranjero, los donantes internacionales han suspendido su ayuda y el país ha retrocedido siglos.

El dramaturgo estadounidense Tony Kushner empezó a escribir Homebody/Kabul antes del 11-S y estrenó la obra en Nueva York tres meses después del derribo de las Torres Gemelas. Empieza con el monólogo de una ama de casa británica que decide abandonar su mundo y su familia y perderse en Kabul, a la búsqueda del otro más otro y de un íntimo yo desconocido. Kuhsner se plantea teatral y éticamente qué hacer, mientras estamos “aparentemente a salvo”. Khadija nos podría recordar las diferencias entre lo que tenemos y lo que ella perdió, lo que perderemos si dejamos que esta democracia imperfecta se vaya al carajo.  

*Periodista

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