Continuando con nuestro repaso a los hechos más importantes realizados por los marinenses, a lo largo de nuestra dilatada historia de nuestra villa: “modesta y fuerte, humilde y gallarda”, también jugó un papel importante en la Historia, cuando España se abre a la conquista y exploración del llamado Nuevo Mundo. En aquella época de las grandes empresas marítimas, los marinenses sintieron bullir en sus venas el afán de la aventura y se lanzaron temerarios por los mares desconocidos, en busca de un “más allá”, legendario y fabuloso, sin arredrarles azares ni desventuras. Pues es Marín la villa marinera que da a Jerónimo de Cabrera, el elemento humano de sus famosas expediciones a las Indias, partiendo de Sevilla para, al cabo de tres meses de penosa navegación, llegar a las costas del golfo de Urabá, en el Mar Caribe, arribando al fin, al puerto de Santa Marta. Arriesgada aventura de un puñado de marinenses: marineros, pescadores, gente de campo y de oficio, y a familias enteras, formando un contingente de más de trescientas personas, que marchan sin más bagaje que su ilusión y su arrojo, hacia un incierto destino.

Aquella atrevida expedición, más bien una arriesgada aventura, que una vez en tierra firme, se dirige, sin tardanza, hacia el Sur, siguiendo el curso de Magdalena, para internarse en el Perú, al encuentro del áureo y mítico “El Dorado”. Bajo este poderoso incentivo, recorriendo intrincadas selvas pantanosas, zonas y parajes desérticos, soportando las constantes acometidas de la indiada hostil, logra, al fin Cabrera, entrar en Lima con sus gentes harto diezmadas por el hambre, el cansancio y la enfermedad. Prosiguen los supervivientes su marcha por la ruta de la misteriosa “Ansenusa”, la nunca hallada ciudad de los Césares, y logran dar término al largo peregrinaje por el montañoso y quebradizo país andino, para penetrar en la tierra ancha de la llanura, que en lengua indígena se decía “Quisquizacate”. Y allí mismo, al pie de la sierra cubierta de frondosos bosques, al borde del rio Suquía, tras múltiples y penosas situaciones, desde su salida de España, el día 6 de julio de 1537, desafiando la intensa lluvia de envenenadas flechas que sobre ellos hacían caer sin cesar, los indios “comechingones” y “sanavirones”, llevan a cabo el solemne acto de la fundación de la ciudad de “Córdoba la Llana”, en la Nueva Andalucía, en las tierras vírgenes del Plata, escribiendo así, la página más gloriosa de los marinenses, en la conquista de América.

Desde entonces, la presencia de marinenses en la tierra descubierta por Solís, se sostiene viva y fecunda, a lo largo de una obra colonizadora, por demás noble, digna y humana, de fundamental influencia en la agricultura y el comercio, como en las finanzas, en la cultura y en la política de aquel país hermano. Pues la incesante corriente emigratoria, de la juventud marinense, continuó llevándose a la lejana colonia, durante más de cuatrocientos años, la vieja savia de la civilización hispana. Contribución generosa de esta villa marinera y pescadora del Atlántico gallego, que hizo así nacer, allende el Océano, un “Nuevo Marín”, con la sangre de su raza y aliento de su espíritu creador.