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Xoán Xosé Sánchez Vicente

Ucrania, Rusia y los putineros

Una guerra con numerosas interpretaciones

Tenemos casi todos una progresiva inquietud por el desarrollo de la guerra de Ucrania, ya no por su relativa incidencia sobre la inflación (es esta un fenómeno casi mundial, de variadas causas, al que la invasión de Ucrania solo ha añadido un grado más), sino por la duración y la extensión del conflicto y, por supuesto, por las víctimas y la destrucción del país invadido.

¿Cuánto va a durar esa guerra? Pues solo lo sabe Putin, esto es, únicamente él conoce sus objetivos de conquista. ¿Se va a conformar con la zona oriental del país invadido, sustancialmente con Donbass, Lugansk y Donestk o tiene objetivos más allá? ¿Odessa, por ejemplo, o incluso Kiev? Lo que es evidente es que en la mente de los dictadores del Kremlin está el “reconstruir” el imperio ruso y aun expandirlo hacia el Ártico. La “conquista” de Crimea y la intervención en otras repúblicas de la antigua URSS no ha sido más que un primer paso, el segundo es el escenario de la actual guerra.

Los siguientes movimientos dependerán, de momento, de la evolución de la actual contienda. Pero, en todo caso, si hay una detención temporal, cuando los dictadores del Kremlin consideren que concurren las circunstancias oportunas darán otro paso adelante. Lo han entendido perfectamente finlandeses y suecos, tradicionalmente no alineados, pidiendo la entrada en la OTAN.

Los discursos de Putin para justificar la guerra y la conquista de esos territorios invadidos hasta el momento son de dos tipos: que siempre han sido de Rusia y que su población es mayoritariamente de origen ruso o habla ese idioma, “rusos” identitariamente, por tanto. (Por cierto, argumentos tan semejantes a los que utilizó Hitler en su día). El segundo es de tipo estratégico-ficcional: que la OTAN se estaba expandiendo hacia el este bajo la presión de Estados Unidos y, por lo tanto, representaba una amenaza contra Rusia, es decir, “la preparaba”.

Este argumento viene siendo reiterado, con mayor o menor vocerío, según el número de muertos y la destrucción en Ucrania, pero siempre reiterado, por los defensores o justificadores de Putin: Rusia no hace otra cosa que defenderse de una hipotética futura agresión de la OTAN (sirviendo a los intereses de Estados Unidos), que amenazaba sus fronteras; es, pues, un movimiento defensivo justificado.

“¿Cuánto va a durar esta guerra? Pues solo lo sabe Putin, únicamente él conoce sus objetivos de conquista”

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Los putineros son fundamentalmente, alguna excepción hay, gentes ligadas al movimiento comunista, emocionalmente atadas a la antigua URSS y lo que ella significó, y, en general, dispuestas a instaurar en nuestros países algo semejante a lo que la Unión Soviética representó, aunque traten de encubrirlo con alguna expresión dulcificadora. ¡Cosa tan fácil!: recuerden cuántas dictaduras pasadas y presentes del ámbito comunista se adornan con la palabra “democracia” más algún adjetivo, como “democracia popular”.

Pero en la argumentación, prolija, a veces, llena de datos, en ocasiones, en que, en último término, culpan del conflicto a las democracias occidentales y a su “patrón”, Estados Unidos, siempre hay tres ausencias: la primera, que no ha sido occidente el que ha invadido nada, siempre Rusia; la segunda, que Rusia es una dictadura, donde se cierran medios, se encarcela a los opositores o se los envenena; la tercera, que los países occidentales, empezando por el “Gran Satán”, Estados Unidos, son democracias, donde los medios pueden decir lo que quieren, igual que los opositores, donde los ciudadanos pueden manifestarse y cambiar los gobiernos mediante el voto, y no se los encarcela o extermina por ello.

Bueno, entiendo que las diferencias son sutiles y apenas apreciables. No me extraña, por ello, que los putineros las pasen por alto al repartir, si acaso, las culpas; al condenar a unos y absolver a los otros.

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