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Matías Vallés.

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Matías Vallés

Exilio o fuga de Juan Carlos I

Una palabra no conseguirá empeorar una situación ridícula, pero Juan Carlos de Borbón se ha evitado muchas críticas por la dificultad de etiquetar su traslado forzoso de La Zarzuela a Abu Dabi, impropio de un Jefe de Estado democrático. El desplazamiento recuerda incluso geográficamente al dictador tunecino Ben Ali falleciendo en Arabia Saudí, o al presidente afgano Ghani huyendo de los talibanes a los mismos Emiratos que han cobijado al rey español.

Al cumplirse el segundo aniversario de la instalación en el Golfo, persiste la confusión sobre el término habitacional adecuado y proporcional a la situación. De entrada, retirarse a Abu Dabi es más infamante para un rey extranjero que la celda en una prisión española que la fiscalía del Tribunal Supremo asegura que hubiera exigido para cualquier otro ciudadano, que compartiera la situación tributaria del penúltimo Jefe de Estado. Pero incluso asumiendo la hipotética voluntariedad de la mudanza, persiste la confusión de vocabulario.

“Los juancarlistas residuales insisten en que su ídolo puede regresar a España cuando quiera, siempre que no regrese”

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¿Juan Carlos I es un refugiado, un desterrado, un exiliado o un fugado? Todo menos un vulgar residente en Abu Dabi, según pretende el afectado en sus periódicos escritos insultantes hacia su hijo. La embarazosa transición política del Emérito, de líder providencial a muy buen precio a investigado penalmente, ha desencadenado un fenomenal colapso en la nomenclatura. Como diría el gran De Quincey, se empieza cometiendo un crimen abyecto y se acaba escribiendo con faltas de ortografía.

No es la primera ocasión en que Juan Carlos I obliga a estrujarse el magín, ya ocurrió a la hora de definir su singular romance con Corinna. Los puritanos se detenían en una “relación estrecha”, hasta que la propia afectada acuñó el “amiga entrañable”, que pavimentó la evolución al título mutuo de “amantes” hoy aceptado por unanimidad. El Rey Emérito comparte la indefinición de su estado civil con Puigdemont, indudablemente huido para España pese a la excelente acogida de las dictaduras de la Unión Europea. De hecho, funciona aquí la célebre dualidad española, y quienes desean el regreso de uno en loor de multitudes, predican simétricamente el fusilamiento del otro. En fin, los juancarlistas residuales insisten en que su ídolo puede regresar a España cuando quiera, siempre que no regrese.

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