El martes Pere Aragonés hizo balance del curso y exhibió satisfacción con su coalición con Junts y la mesa de negociación con el gobierno Sánchez. El president, número tres de ERC tras Junqueras y la exilada Marta Rovira, fue optimista porque –hombre calculador– antepuso su programa de mínimos sin renunciar a los máximos. Pese a los continuos choques, el Govern ERC–Junts sigue vivo y no parece que el gran revuelo causado por el cese de Laura Borras (JpC) de la presidencia del Parlament –con los votos de ERC, PSC y las CUP– vaya a tener graves consecuencias.

Y la mesa de negociación con Madrid se ha vuelto a reunir tras la gran indignación republicana por el espionaje del CNI que pareció marcar el fin del romance con el PSOE. Sobre todo, porque fue acompañado del no a la reforma laboral –salvada sólo por el error de un diputado del PP– y al primer paquete contra la inflación. Ahora el escándalo Pegasus se ha volatilizado y sustituido por la satisfacción por el acuerdo en la última reunión de la mesa de negociación. Un pacto basado en el apoyo al catalán –uso en el Senado y solicitud para utilizarlo en el parlamento europeo– y la perspectiva de la “desjudicialización” del conflicto.

¿Desjudicialización? Para ERC debería comportar la reforma del delito de sedición y beneficiar así a dirigentes independentistas que todavía afrontan procesos judiciales y –quizás– facilitar el retorno triunfal de Marta Rovira a Cataluña. Un gran tanto para ERC frente a JpC que tacha a la mesa de tomadura de pelo de Sánchez a los republicanos.

No, no sería ni la amnistía ni el referéndum, los dos objetivos de la mesa, pero Aragonés no renuncia, sino que los exhibe, aunque, eso sí, los pospone ante algo relevante: “que nunca más nadie deba entrar en prisión, ni ir al exilio, ni que su casa y patrimonio queden en peligro, por su compromiso político”. Sería un triunfo de ERC y, seguramente, positivo para la desinflamación de un largo conflicto.

Aragonés aplaza los máximos –amnistía y referéndum– que además hoy son imposibles, y lograr, a cambio, un mejor trato legal y judicial a los independentistas procesados. ¿Tras el indulto, una amnistía descafeinada y disfrazada?

Quizás. Para Sánchez, reformar la sedición tendría un alto coste: La indignada repulsa de toda la derecha política, mediática y –más peligrosa– judicial. Por eso dice que le gustaría reformar el delito, pero que no hay mayoría para ello. ¿Qué pasa? Que entre el PSOE y ERC no hay amor (ERC pacta poco con el PSC), sino sexo duro. ERC cree que Sánchez es más receptivo que cualquier alternativa y no le interesa derribarlo, sino aminorar los efectos penales de 2017. Visto desde Cataluña resulta bastante razonable, pero para Sánchez lo esencial es aprobar los presupuestos de 2023 y acabar la legislatura. Y el trato es tan oculto como claro: no hay mayoría para reformar la sedición sin mayoría para los presupuestos de 2023.

Pero Aragonés olvidó reconocer que la Cataluña de 2022 es diferente. Según el último CEO de la Generalitat –el CIS catalán–, el 41% votaría a favor de la separación y el 52% no. El independentismo baja, pero lo evidente es que la mitad de Cataluña no puede ignorar a la otra mitad. Y lo fundamental es que sólo el 11% (no el 41%) apoyaría la independencia unilateral: repetir lo de 2017. Y el unilateralismo es siempre minoría (14% en ERC, 32% en las CUP y máximo del 37% en Junts)

Cataluña se ha desinflamado y si en el 2017 los dos partidos vencedores fueron los ideológicamente más contrarios (Cs, 36 escaños y Junts, 34), en las elecciones del 21 la cosa ya cambió (PSC, 33 escaños, ERC, 33 y Junts, 32). Y ahora, según el CEO, se hundiría el puigdemontismo: PSC, 36 escaños, ERC, 31 y Junts, 22.

El gran combate en las municipales de mayo será entre ERC, que las ganó en 2019, y el PSC de Salvador Illa. Y los pactos municipales posteriores, algunos transversales, serán clave. Al PSC, lo que no era habitual, las encuestas le van ahora bien pese a que el PSOE tiene el viento en contra. Quizás ERC deba ser más revisionista. La independencia sigue siendo un sueño para muchos, pero el futuro depende más del aeropuerto (hoy congelado), de las energías renovables (a la cola de España) y de la gestión de la sanidad y la enseñanza.