Resulta difícil de entender que el delegado del Gobierno abra una polémica con la Xunta negando la presunta intencionalidad de algunos de los incendios forestales que un año más asolan buena parte de Galicia. Y la dificultad, al menos en opinión personal de quien la expone, se centra en el argumento básico del señor Miñones, que apunta a “la ausencia de pruebas”, un dato que, por desgracia, forma parte de la epidemia de fuegos que este año, como otros muchos anteriores, azota el país. Y que, por cierto, es el motivo con el que se topan a menudo las fuerzas del orden, y los tribunales, casi inermes por la dificultad de la prueba a la hora de sancionar a los acusados de prender fuego al monte.

La afirmación del señor delegado sería más convincente si existiesen detenidos y él ejerciese como defensor, e incluso como mero ciudadano respetuoso con la Constitución, que consagra la inocencia de cualquiera mientras no se demuestre la culpabilidad. Pero no es el caso: el Gobierno gallego no presentó a alguien como presunto incendiario; se limitó a hacer notar que ha habido y hay fuegos forestales –por ejemplo, los de Verín y Caldas de Reis– que se produjeron en secuencia, durante la noche y con focos diferentes y relativamente cercanos. Incluso parece que existen imágenes de un automóvil moviéndose en zona afectada y –acaso casualmente– cerca de los puntos “calientes”.

Como no hay –de momento– imputaciones personales, no es precisa la prueba inequívoca de la intención. Puede afirmarse desde dos aspectos: la experiencia y el sentido común. La primera permite haber constatado la intervención de persona o personas en incendios producidos durante la noche, desde lugares diferentes en una misma zona, de forma casi consecutiva –reloj en mano– e incluso coordinados con las horas en que la previsión meteorológica anunciaba fuertes vientos. El segundo, la lógica, debería inducir a aceptar que cuando algo tiene forma de tigre, ruge como tal, su piel es rayada y marcha como un gran felino, lo más probable es que sea, en efecto, un tigre.

Eso es lo que deduce la Xunta en alguno de los recientes incendios con su afirmación de intencionalidad que, dicho sea de paso, es compartida por la gran mayoría de quienes entienden algo de lo que pasa en el rural. Y el delegado, que fue alcalde, entiende. Dicho lo cual procede insistir en la dificultad de la prueba contundente, porque equivale a pillar al autor con el mechero, la cerilla o el combustible en el momento de prenderlo. Y sería muy útil que un responsable de la seguridad pública como lo es aquí el señor Miñones emplease todos sus recursos para mejorar las investigaciones y, en coordinación con la Xunta, por ejemplo, aportar en positivo y no en términos de polémica.

Algunos observadores, especialmente malévolos, podrían interpretar las declaraciones del representante del Gobierno central en Galicia como una forma de complacer al presidente Sánchez cuando insiste en decir que el fuego forestal se debe a la ola de calor, la sequía y el cambio climático. Lo que es verdad, pero insuficiente: aquí, por desgracia, se sabe muy bien que el factor humano –o quizá inhumano– interviene demasiado y en demasiadas ocasiones. Y, al fin y al cabo, eso es lo que dijo esta Xunta, como lo hicieron de una u otra manera, las anteriores. ¿O es que ya se ha olvidado lo de las mafias y/o los intereses urbanísticos, madereros además de otras complicidades, lamentablemente nunca probadas...?