En el santuario de Santa Marta de Ribarteme, concello de As Neves, las cosas andan revueltas. No solo y no fundamentalmente por los incendios en la cercana parroquia de Mourentán, en Arbo, sino por el conflicto abierto en torno a la decisión del párroco de San Xosé de Ribarteme de prohibir la procesión de los “cadaleitos”, los vivos ofrecidos a la santa que cada 29 de julio son trasladados en ataúdes abiertos. El párroco, que lleva años pastoreando a sus ovejas en la comarca, parece hombre de convicciones firmes y hablar claro: “yo evangelizo y no estoy ni para tonterías ni para perder el tiempo”, arguyó cuando le preguntaron por la tensión vivida en la celebración de este año, una tradición de origen nebuloso y ahora también romería declarada de interés turístico.

Una vecina trataba de razonar poniéndose en la piel de los procesionados: “hay que verse en la situación” y es esta una actitud que predispone a la tolerancia comprensiva. El padre Feijóo, que además de sabio era orensano, en cuestión de milagros tendía a la prudencia: “no creer milagro alguno es reprehensible dureza; creer todos los que acredita el rumor del vulgo, es liviandad demasiada”. Expuesta la cuestión milagrera en estos términos probabilísticos, la santa madre iglesia ha abierto la caja de los truenos, dicho sea en sentido figurado, y se enfrenta a un agotador ejercicio forense que puede amenazar la propia esencia milagrosa.

En la polémica de campanario abierta alrededor de Santa Marta, no podía faltar la representación de los poderes terrenales y nadie más autorizado para ello que el alcalde de la localidad. En una nueva versión de Don Camilo y el alcalde comunista Peppone, tramas ideadas por Giovanni Guareschi en el ciclo del “pequeño mundo” –¡qué acertada expresión!–, en As Neves los tradicionales papeles están radicalmente invertidos. Mientras el párroco, Francisco Javier de Ramiro, se revela como el deturpador de supersticiones, el alcalde nacionalista del BNG, Xosé Manuel Rodríguez, defiende los valores de la tradición, la fe y la defensa del interés crematístico de su desbordada atracción turística.

Hace casi ya diez años, el papa Francisco afirmó en la celebración de la misa en su residencia de Santa Marta, qué casualidad, que los milagros se producen, pero que para que ello ocurra es preciso “rezar con el corazón; de manera valiente, humilde y con fuerza”. En Ribarteme se plantea una ardua cuestión.