Dicen, los que la entienden, que la política tiene de todo a la hora de los balances –y más aún si dependen no de los datos, sino de quien los establezca–, pero los muy sinceros admiten que abundan eso que llaman “malos días en la oficina”. Que no son especialmente graves, pero que quizá, por repetidos, terminan doliendo tanto como los otros. Eso es quizá lo que supuso para la Xunta y su titular este fin de semana o, para ser del todo exactos, el día siguiente al del encuentro de los presidentes Sánchez y Rueda en la Moncloa. La lideresa de la oposición habló de “docilidad” del mandatario galaico ante el estatal.

Pero no fue solo eso. Pocas horas después, el Consello de Contas denunciaba “el abuso”–por parte del Sergas– en la adjudicación “a dedo” de contratos para concertar actividad. Y decir Sergas equivale a Gobierno autónomico. De esa forma, la coincidencia práctica de ambas críticas podría ir incluso más allá de lo que se entiende por “un mal día”. Aunque cabe aplicar a los dos casos los correspondientes consuelos, si bien sería un grave error no tenerlos en cuenta, especialmente el segundo porque proviene de una entidad estatutaria de máximo prestigio.

Pero hay matices. En la crítica de la señora Pontón incluso un contraste cuando menos paradójico: acusa al señor Rueda de ser “dócil” ante un Gobierno, el central, al que apoya el diputado nacionalista gallego en el Congreso casi siempre, incluso cuando no hace falta. Y, además, el propio BNG gobierna con el PSOE gallego instituciones que resultan perjudicadas por decisiones de Moncloa, y en ellas ni rechista: si a aquello se le llama “docilidad”, a esto le cabría el concepto de “sumisión”.

Y, de ser ambos reproches ciertos, el asunto entraría en la frase tan conocida de mucha gente en este país: “vaiche boa...”

La segunda de las reflexiones, sino atenuantes siquiera “suavizantes”, sería la condición de “no vinculantes” de las opiniones del Consello de Contas. Una institución como otras, desde luego, pero de algún modo inútil en la práctica. Y es que, al carecer de poder coercitivo, sus escritos y oratorias apenas ocupan lugar destacado, en los media, unas horas y después, como afirmara el clásico, “fuéronse y no hubo nada”. Lo que resulta opinable, ciertamente, pero no pocos compartirían la idea de que hablar de recados apelando a la moral pública en estos tiempos parece, por desgracia, propia de una ingenuidad sin límites.

Conste que con cuanto queda expuesto no se pretende atenuar la seriedad de las críticas citadas ni arreglar a nadie su posible mal día en la oficina. Y, aunque no se pretende rebajar el concepto, conviene hacer constar que el control del gobierno desde la oposición, como la conducta del ejecutivo en cuestiones de importancia colectiva, han de tener algo en común: la coherencia entre las palabras y los hechos. Y del mismo modo que la respuesta –por oficiosa que fuere– de la Xunta al Consello de Contas acerca de la proporcionalidad de su atención a los reproches tiene poco sentido, las críticas nacionalistas a la actitud del presidente Rueda no concuerda demasiado con el quehacer del BNG en municipios y diputaciones. A no ser que quisieran una explosión de cólera tras las negativas a las peticiones gallegas de una agenda que “avalaban” también ellos y ante eso, habrían de sentir como mínimo malestar con el jefe de sus socios.