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Luis Carlos de la Peña

Encuentro en La Moncloa

Dos meses y medio después de la toma de posesión de Alfonso Rueda como presidente de la Xunta, cunde la impresión de que el perfil bajo marca su desempeño. Podría tratarse de un lento y prudente aterrizaje si quien hubiera accedido al cargo no viniera precedido por trece años de efectivo número dos del gobierno. Sea como fuere, el encuentro en la Moncloa con Pedro Sánchez evidenció los cambios en la habitual disposición de este tipo de reuniones entre el presidente de una comunidad histórica y el jefe del ejecutivo central. Y no solo por enmarcarse el encuentro en una jornada presidencial a la que también estaban convocados los titulares de Castilla y León y Andalucía.

Ya en los días previos a la cita sorprendió el modo insólito con que Rueda quiso concretar los contenidos de la agenda, invitando a los líderes de BNG y PSdeG a aportar sus propias “demandas”: un “consenso que da mucha fuerza”, en palabras del propio presidente, quizá no del todo seguro de su lugar en el escalafón institucional del Estado o de la fiabilidad de las prioridades señaladas por su gobierno y la mayoría absoluta que lo sustenta. En todo caso, una oportunidad para el BNG de exhibir su plancha reivindicativa y un papelón para el socialista Valentín González Formoso, atrapado en este totum revolutum y quizá todavía confundido sobre el modo de relacionarse con el gobierno de su propio partido.

En sí misma, la jornada monclovita con los tres presidentes autonómicos del PP fue plácida para Pedro Sánchez. Lejos de presentar aquellos una agenda previamente acordada que, sin excluir las prioridades propias, sirviera para visualizar un paquete de reivindicaciones compartidas, optaron por la guerra de guerrillas. Donde Mañueco reclamaba coberturas por los incendios, Rueda incidía en la atención primaria y Bonilla en la sequía. Quizá la financiación autonómica unió al castellano y al andaluz, pero no a Rueda, ocupado con la gestión del litoral y preocupado por los fondos europeos que no acaban de concretarse en Galicia.

Es pronto para adelantar resultados de esta cita. Sabemos lo que hacía Fraga en ocasiones parejas: coger los dosieres, el avión y plantarse en Madrid a cerrar personalmente los asuntos con los ministros. Una forma de transformar las buenas palabras en compromisos reales y, de paso, dar relieve y peso específico a la propia presidencia de Galicia.

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